CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Con verdadera ágilidad en sus manos, Marcelo Pérez Zuñiga, uno de los pocos peluqueros en la ciudad, arregla el corte de cabello de un varón.
Han pasado 51 años desde que aprendió este oficio en un internado de Matlapa, San Luis Potosí.
Entonces tenía 13 años de edad, y sin imaginarlo, este oficio le daría todo para cuidar de cuatro hijos, su esposa y su madre.
Don Marcelo llegó a Tamaulipas hace 30 años, un hermano músico le dijo que aquí se cobraba bien y decidió emigrar.
Ahora el trabajo se paga casi igual en todas partes, pero ya hizo raíces en Victoria.
«Cuando comencé el corte se cobraba a peso, ahora se cobra a 40 pesos y tenemos precios bajos, ya vamos a subirle un poco porque no se completa para la renta», dice don Marcelo, con la seriedad de un profesional, pero a la vez con la tranquilidad y el buen trato que ha conquistado a sus clientes.
«Elegí el oficio porque ya no había la posibilidad de estudiar y decidí aprender peluquería en una escuela, era un internado. Yo tenía trece años cuando empecé a trasquilar, se va perfeccionando uno poco a poquito.
Todavía no aprende uno bien, pero como quiera trabajo, ya voy para 51 años de ser peluquero», dice don Marcelo, sin dejar de perfeccionar el corte para su cliente, Don Enrique Ruíz, que llega cada 25 días a la peluquería «San Luis» para cuidar la imagen desde hace 20 años.
«Yo no me rasuro, sólo vengo al corte de pelo, al natural, al desvanecido de atrás, con patilla corta, que se le llama «clavito»», dice con calma mientras gira de un lado a otro en la silla de su peluquero.
Por los precios, se puede notar que el trabajo de don Marcelo sube un peso por año. Los peluqueros a diferencia de los estilistas cobran su trabajo distinto, los primeros son más cuidadosos con los clientes y los segundos tienen formas extrañas para hacer las cosas, como las famosas «rayitas» que dibujan de manera permanente el partido de los jóvenes, para evitar la fátiga matinal.
«Los cortes de cabello no cambian, siempre son los mismos. Pero no falta quien se inspire en un artista para venir a pedir su corte igual».
Los hombres buscan hoy el corte con patilla de «clavito», «patilla de cochero», hasta abajo del oído, en barba no, sólo es recortar el bigote, pues en ocasiones llegan varones buscando la barba de centella, aunque no tengan la barba adecuada para ese estilo.
Otros, sólo van a peinarla y al recorte para lucir la barba «pachona». En los últimos años la moda «vintage» hace que los jóvenes y varios adultos le otorguen vacaciones al rastrillo y la rasuradora eléctrica.
«Hay hombres muy fastidiosos, vanidosos, nosotros no nos metemos en problemas, como tenemos mucha gente sólo hacemos la barba cuadrada y la de candado. Los jóvenes también vienen con nosotros, pero la moda es traerla larga y pachona. Pero sí hay muchos jóvenes con barba».
Al hablar de su historia, recordar sus inicios y las primeras trasquiladas, hacen que don Marcelo identifique en el oficio lo más hermoso…
«Ser peluquero me ha dado todo lo que tengo», dice con tono satisfecho, mientras piensa en los dos hijos varones profesionistas y las dos jovencitas de veinte años que todavía están estudiando.
A veces es un tanto dicharachero para que no se aburran los clientes mientras el peine acaricia el cráneo.
«Así, entre guasa se les pasa el rato más rápido a los clientes»…
Hasta ayer, mientras hablaba de sus inicios recordó las cabecitas de tantos niños con los que practicó. No importaba si quedaban mal, había quien compusiera el corte y los padres permitían que aquellos jovencitos del internado soltaran la mano en la cabeza de sus hijos.
Ahora los niños mandan, los cortes son los mismos repite don Marcelo, los que han cambiado son los niños que desean el cabello largo, que ignoran a los padres y que además lloran ante el peluquero porque la madre insiste en hacer su santa voluntad.




