CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Antonio Reyna Ramírez, asienta su cuchillo de carnicero en la chaira, viste su delantal blanco y en sus manos hay siempre rastros de sangre y de carne.
Es carnicero por tradición familiar, era el menor de su familia y de niño apoyaba a sus padres en el negocio haciendo mandados. No sentía que fuera un niño trabajador, sólo fue obediente y respetaba y ayudaba en todo lo que sus progenitores requerían cuando atendían el negocio en el viejo mercado, el Parían, aquel edificio de rojos ladrillos que adornaba el primer cuadro de Victoria.
Don Antonio, recuerda bien el día en que el mercado se quemó, era el año de 1951, él tenía 8 años de edad.
«Yo estoy aquí desde el primer mercado, llevo 60 años, mi oficio es una tradición, toda mi familia eran personas dedicadas a la carnicería, ellos iniciaron y nosotros seguimos aquí», dice don Antonio, mientras habla de mil y un recuerdos, aunque su cabello no deja ver ni una cana, y su piel ha negado el paso a las huellas del tiempo.
Don Antonio ahora es hasta asesor de las nuevas amas de casa…
«Muchas mujeres que ahora trabajan y no se fijaban cómo cocinaban en su familia vienen a comprar algo y me preguntan cómo se hace el menudo, yo les explico y cuando regresan me dicen que les quedó bien la comida o el caldito con la receta que yo les compartí».
Vegetarianos o no, todos llegan a la carnicería algún día, pues los platillos mexicanos y hasta los extranjeros requiere carne molida, milanesas, picadillo con nopales, picadillo en salsa, hígado y chicharrones.
Al mercado también llegan personas de escasos recursos en busca de un poco de ayuda, así era antes y se conserva la tradición entre los comerciantes para otorgar chispas de bendición.
Hacia el oriente del mercado Argüelles en Victoria, todo parece felicidad y camaradería, pero en el fondo extrañan el rastro municipal.
Lo vieron nacer en el 2 Zaragoza, donde ahora está la Delegación de Policía Municipal, luego le observaron alejarse hasta las orillas de la ciudad por la colonia Libertad, le vieron desaparecer y un día llegó el rastro de La Posta, pero con ello otros cobros, otros gastos que afectan la matanza y el abastecimiento de las carnicerías del mercado, las particulares y tiendas de autoservicio.
«El rastro municipal era indispensable. El nuevo rastro tiene todos los servicios, pero es más el gasto del productor y de quien compra el animal. Antes también había gastos pero eran mínimos, ahora los gastos nos perjudican a nosotros porque este producto produce merma y bueno uno hace lo posible porque la carne siempre esté fresca y jugosa y no perdemos la costumbre de poner la muestra, si no lo hacemos los clientes se dan la media vuelta y se van, piensan que ya no tenemos producto. Por eso ponemos aquí la muestra de la carne».
A pesar de las vicisitudes don Antonio Reyna Ramírez no dejará de ser carnicero, porque hasta para eso se debe saber agarrar el cuchillo.
«El cuchillo no es serrucho, el cuchillo se toma siempre haciendo el corte hacia atrás. Los jovenes que llegan ahora a trabajar con los vecinos hacen eso, quieren cortar como si tuvieran un serrucho en las manos, pa´arriba y pa´bajo y así no se hacen las cosas, todo es en un solo sentido» dice orgulloso de su oficio.




