Ayer, en una plática de café disfrazada de análisis, un grupo de amigos y su servidor poníamos sobre la mesa una duda.
¿Es posible para un gobierno obtener una percepción pública positiva, sólo con el apoyo de las redes sociales?
Menudeaban los argumentos a favor y en contra de semejante escenario y se entremezclaban defensas y ataques sobre la importancia de esa modalidad comunicacional, en una polémica que empieza a ser usual en la función pública y que especialmente hoy cobra mayor atención en Tamaulipas.
Y para no desentonar, me atrevo a exponer una opinión –ya imagino las críticas– sobre el tema.
En lo personal, me parece incuestionable la importancia de esas redes. Es imposible imaginar el mundo actual sin su participación, lo cual habla de la trascendencia que poseen sobre lo que pensamos, decimos o hacemos, sobre lo que rechazamos o lo que deseamos.
Pero, como decía mi abuela, cada cosa en su lugar. Y esas redes no son la excepción. Es precisamente en el quehacer público, en el gobierno para ser más preciso, donde se nota una gran diferencia en sus efectos.
Hasta ahora, lo que he observado desde mi modesta trinchera, es el enorme impacto que tienen esos mecanismos de internet para explotar los lados oscuros del trabajo de un servidor público. Con un adecuado –no es lo mismo que correcto– manejo de las redes se puede destruir o por lo menos enlodar una trayectoria; con las redes se puede pintar de negro hasta el rayo más luminoso del sol; con las redes se puede distorsionar hasta la acción mejor intencionada. Con las redes en suma, se puede hacer pedazos a algo o a alguien. Para eso funcionan maravillosamente.
Pero lamentablemente para quienes las usan como una especie de piedra filosofal, no tienen un éxito similar en el sentido contrario. Para construir perfiles positivos de un político, para exaltar los valores o cualidades de un funcionario público, tienen un exiguo valor, al contrario de lo que sucede con personas o actividades ajenas a esos terrenos.
Conceda una ojeada al caso de Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”, gobernador de Nuevo León, quien construyó una campaña ganadora apoyada en redes sociales y prácticamente sin la ayuda de medios formales, pero –es éste un importante pero– no basada en sus atributos como potencial gobernante, sino en el desprestigio de sus oponentes. En el lado oscuro, pues.
¿Qué sucede hoy con “El Bronco”?
Divorciado de prácticamente todo lo que tiene aroma a periódicos, radio y televisión, enfrenta una grave crisis de credibilidad entre los ciudadanos que lo llevaron a la silla estatal. Las mismas redes que lo encumbraron no parecen tener el mismo poder en sentido inverso. No parecen funcionar, por lo menos hasta ahora, para hablar de lo bueno de un gobierno y la decepción en torno a esa autoridad se generaliza-
Sí, cada cosa en su lugar, confirmaría la venerable abuela, en un sonoro eco de la también popular y sabia frase de que todo sirve para algo, pero nada sirve para todo.
Viejas lecciones, para nuevas acciones…
CHASCARRILLOS
No conocía la vena de comicidad del diputado Ramiro Ramos.
El pronunciamiento del Congreso Local sobre una homologación para todo el Estado del precio de la gasolina con relación al aplicado en la frontera, debe ser sin duda para Pemex, un buen chiste.
Bueno, es un consuelo que lo que no funciona por lo menos divierte…
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