CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Esperancita Orta Castro, es la abuelita de la colonia Mainero, tiene 105 años de edad, nació en el año 1911, un 29 de abril.
Llegó a la colonia Mainero, desde que se casó el 3 de diciembre de 1928 con don Pedro Vázquez Ramírez, un carpintero que llegó a tener su negocio de ebanistería.
“Él trabajaba con unos carpinteros por mi barrio, yo vivía en el 15 Rosales. Él pasaba y yo creo que ya le gustaba porque siempre que pasaba hacía como que se picaba la naríz, levantaba la cabeza y volteaba a mi casa. Mi padre era muy enérgico, sólo era yo de hija, así que le temía a mi papá”.
A aquel barrio, del Paseo Méndez hacia la vía del tren, se le conocía como “El Rincón del Diablo”. Para comunicarse no había más que las cartas y los recados, doña Esperancita dice que había “alcahuetitas”, que eran las que llevaban las cartas hacia un lado y otro.
A pesar de ello no había charlas, no conocían la voz del novio, ni él imaginaba el sonrojo de la novia. El único sitio de encuentro eran los bailes, y las cartas permanecían escondidas en un baúl. Cuando se casó doña Esperanza, las quemó todas, dice ahora que ya no sabía para que las quería, pero hoy serían recuerdos y lamenta esa pérdida.
Su boda fue sencilla, sólo se casaron por el civil, su suegra ofreció una comida. Nada pomposo, años después Pedro y Esperanza se casaron por la iglesia.
“La Mainero estaba pobre, cómo nosotros también estábamos pobres, era una colonia triste, no había tráfico, no había nada, estaba como olvidada, comenzaba a vivir la colonia.
Mis vecinos ya fallecieron todos, estaba don Octaviano Rodríguez, Servando Ramírez, Octaviano Escalante, doña Jesús García y aquí vivía mi suegra Severiana Ramírez viuda de Vázquez”, dueña de la esquina poniente de la calle Cinco.
Esperancita fue madre de nueve niños, y sonríe.

Eduviges, la partera de la Mainero, le ayudó a traer a todos al mundo, había varias, pero Eduviges era la mujer de su confianza.
“Ella traía sus instrumentos humildes, cómo era entonces. Las tijeras para mochar el ombligo, instrumentos para hacer lavados. La Mainero estaba pobre y ella cobraba cómo 10 ó 20 pesos.
Los llevó a la escuela “Redención del Proletariado”, luego los cambio a la vuelta de su casa cuando inició la escuela “Himno Nacional”.
Para el año 1928, Esperancita recuerda que en esa colonia no había luz eléctrica, ni agua, en casa de sus padres si tenía esas comodidades.
“No había puentes, cuando estaba crecido había que rodear por el Ocho. No había coches, de vez en cuando pasaba un coche de mulas. De “la Mainero”, me gustaban mis vecinos, todos eran vecinos buenos, pero ellos se acabaron, ya nada más quedo yo. He visto crecer a la colonia, desde qué no se escuchaba nada en la noche”. La leche en la colonia Mainero la abastecía don Santos, la leña llegaba por encargo, pero siempre había burritos cargados ofreciendo la mercancía.
“Todo estaba más cómodo a nuestras posibilidades de pobres. Paseábamos con los niños en el Paseo Méndez, a la plaza. En la tarde siempre había música.
Cuando me vine a la Mainero, era cómo un ranchito, ahora la colonia está muy diferente, es la colonia a la que le tengo mucho afecto, le tengo cariño, me ha dado tranquilidad. Lo que nunca hice fue dejar a mis hijos salir a jugar al río, no los dejaba andar sueltos, decía la gente que había “robachicos”, por eso no dejaba salir a los míos”.
En un lugar casi solitario no faltaba La Llorona, doña Esperancita dice que así se asustaba a los niños para que no salieran a jugar por las tardes en lugares peligrosos y la gente decía que la escuchaba por la orilla del río San Marcos.
“Yo nunca escuché nada, pero decían que sus gritos eran desesperados y muy fuertes”.
Ahora no saben si aún deambula por la ciudad, lo cierto es que el bullicio de la misma ha dejado esas leyendas en el olvido.
Esperancita, dice que quizá ha vivido mucho porque está en paz con Dios, es la única que queda con la familia.
Ya nadie se acuerda de las mismas cosas que ella vivió, no encuentra con quien platicar de los recuerdos de su familia paterna.
Sólo quedan sus hijas y algunos yernos, ella con sus recuerdos.




