CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Paredes. Muchas paredes. Fue lo que el caminante encontró al andar de pata de perro en la visita familiar en el Penal de Ciudad Victoria.
Pero para entrar al penal, el que visita debe ponerse las pilas mucho antes de poner un pie en el lugar.
Para empezar, se debe contar o conseguir en caso de que no se tengan, los documentos necesarios para darse de alta en el departamento de Servicio Social: CURP, credencial para votar, comprobante de domicilio y acta de nacimiento, original y copia.
Llegar al lugar puede ser complicado si se considera ir cargando comida o triques para apoyar al pariente o amigo que se encuentra retenido.
Los alimentos deben ir visibles pues está prohibido llevar perecederos que puedan fermentarse y convertirse en bebidas espirituosas.
En la puerta debe uno presentarse vistiendo colores distintos a los de los internos (nada de gris) ni azul o negro que son los que lucen los custodios.
Gorras y sombreros están descartados.
Las mujeres deben abstenerse de ir en tacones, “rabonas”, escotadas o ‘en tirantitos’ como dicen las madres de ayer.
Se pueden llevar herramientas y enseres como televisores y abanicos pero deberán ser aprobados por la dirección del penal.
Un detalle especial es dónde chingados dejar las llaves del auto o del hogar porque no está permitido su acceso y ahí “no las cuidan”.
Para eso está “el tamalero”, un señor que, obviamente, vende tamales y refrescos en la vía pública y que por módicos cinco pesos resguarda el bonche de llaves hasta que termine su visita.
Al registrarse por primera vez las señoritas de Trabajo Social (con impecables modales) toman los datos del visitante y lo dan de alta en el sistema.
Debe uno pasar por el arco detector de metales y la cámara de rayos x le echa un ojo a lo que lleve uno en las manos. Se le asigna al visitante una “ficha” de madera numerada para poder ingresar y se debe regresar al salir.
Listo.
Los pasillos se enegrecen con tanto guardia y custodio vestido de negro con rifles de alto poder.
Hay que decirlo: todos se comportan muy amables y hasta amistosos.
-Pásele por esa puerta, ahí al entrar un vocero lo llevará con la persona que desea visitar -dice un guardia señalando a un interno que sonriente se pone a las órdenes del visitante.
– ¡Usted es primo del “Roble”… ya lo está esperando, déjeme llevarlo con él” -dice el vocero sonriendo y enseñando los dientes amarillos.
Es ahí que empieza el laberinto carcelario. Decenas de pequeñas casitas ‘regadas’ alrededor del enorme edificio que alberga las celdas. La mayoría de los internos son jóvenes.
“El Roble” se encuentra hoy chambeando en el baño público. Aceptó estar ese día ahí para “hacerle el paro” al encargado oficial, ya que hoy recibió visita.
-¡Quiubole primo! -saluda “El Roble” , un veinteañero de un metro y noventa centímetros, ojeroso, que está internado por segunda vez -¡ya me había dicho mi
‘amá’ que ibas a venir!- comenta sonriente.
El Caminante porta un pequeño presente que ha traído a su pariente interno: una pizza familiar, un paquete de cigarros, dos refrescos y un encendedor. Un verdadero tesoro para quien no puede ni asomarse a la calle.
-Vente, por acá primo, vámonos a una “fayuca”.
-¿Qué es una “fayuca”? -pregunta el Caminante.
-La fayuca es una casita, como un local comercial… los negocias aquí por una lana y te sirve para poner tu puestecito.
En la “fayuca” puedes vender desde artesanías, hasta carne asada y ferretería, o usarla como miscelánea. Aunque, como dice “El Roble” muchos la usan únicamente para “tirar barra”… es decir… para pasar el rato y descansar.
-Llegaste a la mera “hora del rancho” primo -comenta “El Roble” refiriéndose a la hora de comer -vamos a caerle a mi camarada “El Micky” en su “fayuca”.
“El Roble” y el Caminante llegan hasta un puestecito de madera, lámina y cartón, muy fresco pero oscuro, donde los recibe el amigo: “El Micky”.
“El Micky” espera visita también: un cuate de su ciudad natal. Pero el cuate nunca llegó.
-Así pasa -cuenta “El Micky” -antes de entrar tenía chingos de amigos, pero en todo este tiempo no me ha venido a visitar ninguno. Aquí es donde conoces a los verdaderos amigos-. Relata el hombre que purga una condena por homicidio pero cuya expresión de su cara denota una enorme paz.
La caja de la pizza se abre y ninguno de los dos internos quiere dar “el primer zarpazo”. El Caminante toma un pedazo y es cuando los internos lo siguen.
Cuestión de educación, cuestión de humildad.
La plática empieza y después de las clásicas preguntas por el tío o la tía, “El Roble” se abre de capa y cuenta de cómo fue reaprehendido.
-Hice y deshice primo -relata -y todo por andar bien locote… bien ‘pacheco’. Pero afortunadamente aquí estoy todavía.
“El Micky” se disculpa pues debe cerrar el lugar para atender unos asuntos.
-Vente pa’ acá primo -dice “El Roble” -vamos a ‘la fayuca’ de otro amigo.
El otro camarada está también por homicidio y comenta que antes perteneció a la policía.
Los tres agarran la plática mientras saborean sus ‘cocas’ y un cigarrito.
-A mí me gusta la “Leyenda Urbana” que sale en el Expreso, dice el camarada.
“El Roble” consigue una guitarra y muy alegres los tres se ponen a cantar: ‘Hotel California’ y ‘Lamento boliviano’ se escuchan. Al iniciar la tercera canción regresa el dueño de la guitarra. Un interno que se dedica a esparcir la palabra de Dios a todo aquel que conoce.
Vendedores ambulantes (los mismos internos) pasan ofreciendo desde empanadas hasta chicharrones y boletos para alguna rifa. “Tres boletos por diez pesos
apá” dice uno de ellos.
El Caminante observa demasiadas caras conocidas, con el rostro un poco envejecido y la piel llena de dibujos. Pero ellos también lo reconocen, lo saluda y de paso piden pa un chesco.
El Caminante “se mocha” con algunos cuantos. Ojalá tuviera para darles a todos.
-Ese es el Gimnasio -dice “El Roble” señalando una galera- ese es el campito de fut pero hoy no hay partido para no darle un balonazo a algún visitante.
Ese de allá es el templo de los cristianos y por allá hay una iglesia católica. Más allá están los alcohólicos anónimos. Ahí pa’dentro es “el gallinero”… o sea el área de mujeres, allá el aserradero, y la lavandería… déjame enseñarte mi celda.
“El Roble” conduce a su primo hasta el bloque de celdas: espacios de ‘tres por tres’ con doble nivel. Hay celdas que alojan hasta a doce internos. Duermen en colchonetas en el piso o en cama los más suertudos. Quien diga que no hay hacinamiento en el penal de Victoria, simplemente está mintiendo.
La tarde empieza a caer, y aunque la platicada está a todo dar, el Caminante debe seguir con su trayecto… pero al muy sonso se le pierde la ficha de madera que le entregaron al llegar.
-¡Híjole… se me hace que te vas a quedar aqui! -bromea “El Charal” mientras el Caminante se truena los dedos esperando recordar dónde dejó la mentada ficha.
Finalmente alguien la encuentra por ahí tirada y se la devuelve al Caminante. El interno se lleva una propina que le sabe a gloria. “Pa los chescos” dice y se va muy contento.
“El Roble” y su primo el Caminante se despiden.
-A’i cuando vengas de nuevo primo nos echamos otras rolitas con la guitarra -dice “El Roble” a su primo, quien promete volver.
El Caminante sale del Penal muy contento por haber saludado a su primo, pero muy contento también por poder respirar el refrescante aliento de la libertad.
Demasiada pata de perro para este día.