¿Tienen valor real las figuras de mártires en México?
Por lo menos en el terreno electoral, sí. Y varios casos lo comprueban.
La pregunta viene al caso por las palabras de Andrés Manuel López Obrador en un acto proselitista de MORENA celebrado ayer en el Estado de México, en el cual, palabras más palabras menos, se refirió a un posible escenario en donde él no estuviera. “Si yo faltara”, dijo.
El inusual mensaje inquietó a muchos de sus seguidores:
“Ahí donde caigamos vamos a quedar, pero siempre siguiendo el ideal de justicia y democracia; porque van a venir nuevas generaciones y van a seguir luchando”.
¿Está enfermo Andrés Manuel?… ¿teme por su vida?…
Las dos preguntas quedaron flotando y siguen haciéndolo, pero si alguien puede pensar –ojalá sea sólo una ocurrencia más de AMLO– que un escenario electoral sin el tabasqueño facilitaría al PRI o al PAN el camino para conservar o reconquistar respectivamente Los Pinos en 2018, me parece que está en un error monumental.
Para comprobarlo, basta recapitular en las experiencias de algunos comicios en donde la muerte jugó un papel decisivo en las urnas y vida política de los partidos. Una de ellas por cierto, muy dolorosa para los tamaulipecos. Las expongo:
El despegue real de Acción Nacional tiene fecha: 1 de octubre de 1989, cuando Manuel J. Clouthier, su ex candidato presidencial, murió en un supuesto accidente en carretera. La figura de “El Maquío” se volvió legendaria e impulsó al PAN a una nueva visión entre la ciudadanía que lo hizo una verdadera oposición.
En 1992, el panista Francisco Barrio se convirtió en el primer gobernador no priísta de Chihuahua. Muchos de quienes conocen esa historia aseguran que su victoria se la debió al efecto social de solidaridad que desató el deceso en un accidente de una de sus hijas –tres más fueron heridas de gravedad– en plena campaña.
Dos años después, cuando en 1994 muchos pronosticaban el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en las elecciones presidenciales, el asesinato de Luis Donaldo Colosio polarizó la simpatía popular hacia el PRI y su muerte provocó que el reemplazo del sonorense, Ernesto Zedillo, ganara con holgura con más del 50 por ciento de los votos totales emitidos. En ausencia, Colosio al igual que el Cid Campeador, llevó a su partido al triunfo.
No somos ajenos en Tamaulipas a esas dramáticas circunstancias. En 2010 Rodolfo Torre fue asesinado a unos días de las elecciones. Era tanto el cariño de los tamaulipecos hacia el doctor que su solo recuerdo llevó a su hermano Egidio, una figura gris, de medio pelo y sin carisma alguno, al triunfo más contundente alcanzado por un priísta en nuestro Estado. Jamás hubiera ganado Egidio por sí solo, pero la evocación de Rodolfo bastó para volcar a más de 678 mil votantes en las urnas y conservar al PRI en el poder, con sus satélites PVEM y PANAL.
En la opinión de su servidor, lo anterior responde desde hoy a las palabras de López Obrador en su reflexión sobre el “si yo faltara”.
Es tan popular en estos momentos Andrés Manuel, es tan repudiada la dualidad partidista del PRI y del PAN, están tan deslegitimados los aspirantes a candidatos presidenciales de esos dos membretes, que si el tabasqueño no estuviera en 2018 en las boletas por una indeseable tragedia lo más seguro es que MORENA podría ganar con el zapatero anónimo de la esquina, con un “gutierritos” de mostrador público o hasta con uno de los granujas que se han colado en las filas de
Regeneración Nacional. Cualquiera podría lograrlo sólo con el retrato de López Obrador colocado en su pecho.
Ante un escenario virtual de esa naturaleza, el Revolucionario Institucional y Acción Nacional –al PRD ya no tiene caso incluirlo– se enfrentan a una curiosa paradoja.
Si realmente quieren tener posibilidades de triunfo el año entrante para ganar la Presidencia de la República, tienen que cuidar mucho a López Obrador. Vivo, la esperanza de ganarle existe. Muerto, ganarle a MORENA estaría en chino.
Como dije, en México los mártires funcionan. Y hasta ganan elecciones…
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