El 10 de mayo fue blanco. La ciudad lució tranquila. Los jardines ambulantes en los bulevares le daban toque de color a lo gris de la ciudad. Me dicen los vendedores: “es que no hay dinero, hay pocas ventas…”.
Las rosas no eran botones, eran pétalos recortados que eran un timo a primera vista. Las rosas rojas son mi encanto para los vivos y para los muertos.
Las flores de tallos largos. Lucen como garzas.
La ciudad no tiene el bullicio de antaño. La floresta improvisada.
En las esquinas es muy bella pero el silencio urbano es descolorido.
Se refleja la atonía de la falta de empleo y los temores de la inseguridad escalonada.
La ciudad se pinta gris en un día memorable, el 10 de mayo.
En el pasado quedaron las noches de estudiantes que festejaban en grupos a las mamás.
Los mariachis callaron, y los tríos se los llevó el San Marcos. Ayer quedó la alegría y la amorosa cantada de los muchachos a sus madres.
Ya no se escuchan serenatas, el temor no es para menos y la economía desgarra a los bolsillos.
Y las ventanas no guardan luz ni las mamitas no asoman para ver a sus hijos.
La ciudad es otra, gris, melancólica recorre con el viento el mes de mayo.
Compré cuatro rosas rojas para mamá que hace 37 años se despidió de nosotros. La rosa es el abanico de mis sueños, la rosa de los vientos que todo se lleva.