El resultado de las elecciones de 2016 provocaron, haciendo uso de una verdad de perogrullo, daños o beneficios para algunos de los actores que dirigen los partidos políticos.
Uno de los participantes que más resultó dañado fue Manlio Fabio Beltrones, quien en un debate convocado por Televisa coordinado por el periodista Joaquín López Dóriga después de jornada electoral, fue apabullado por el dirigente del PAN, el joven Ricardo Anaya.
Poco se entiende la relativa capacidad de respuesta y combatividad del Lic. Beltrones, quien a cuadro en la TV, esgrimió excelentes argumentos, pero que a la vista fueron insuficientes para dar respuesta a los ataques virulentos del joven Anaya.
Claro que la euforia del presidente del PAN se demostraba en su sonrisa de oreja a oreja. Sus razonamientos fueron vastos y naturales porque su partido, el PAN, aliado con el PRD, le habían propinado una fuerte sacudida al PRI y al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto al ganar 7 de las 12 gubernaturas en juego. Lo que no mencionó el joven Anaya es que muchos de los candidatos que triunfaron en esos comicios habían desertado del PRI y competido con las nuevas siglas de la coalición, PAN/PRD.
Según se sabe, el video mostrado al presidente Peña Nieto de ese debate, provocó que el círculo rojo del actual gobierno tomara una decisión rápida y expedita dentro. Después de establecer el “control de daños”, decidieron relevar a Beltrones y meter en la dirigencia nacional del PRI a alguno de sus cuadros para que asumiera el compromiso de defender a ultranza las acciones de EPN. Estrategia que converge con lo que cualquier gobierno hubiera hecho.
La idea que predominó en quienes tomaron la decisión fue que el nuevo dirigente del PRI se acercara a la edad del joven Anaya, que tuviera la capacidad de debatir y que representara con mayor legitimidad al actual régimen y que se “fajara” con el presidente del PAN, quien asumía una actitud de ataque y beligerancia contra el gobierno.
Todo indica que “algo” pasó entre el joven Anaya y el actual régimen porque de tener una relación impregnada de cortesía y urbanidad, de pronto se desplomó y cayó en la confrontación.
Pero al margen de las relaciones entre el dirigente opositor y el gobierno, el favorecido, fue Enrique Ochoa Reza, que dejó la administración de la Comisión Federal de Electricidad para irse a despachar a las oficinas de Insurgentes norte en la colonia Tabacalera.
El inicio de a la dirigencia de Ochoa Reza fue ríspida, con cierta lejanía con la militancia y con cierto vacío de la elite política que se tradujo en mayor tensión al interior.
Pero bien dicen que no hay mal que dure 100 años.
Y es claro que la militancia se organizó y exigió la aplicación de los estatutos. Hubo reuniones abiertas para dar cauce a las discrepancias que se habían formado ante la falta de atención hacia ella.
En Ochoa predominó la cordura y se reinició la conexión hacía los grupos que exigían atención a sus demandas estatutarias.
Con la debida madurez, el diálogo predominó y una vez fortalecido al interior del PRI, Ochoa Reza decidió, de acuerdo al plan, ser contestatario ante el joven Anaya, quien ahora, por más que le invitan debatir, se niega sistemáticamente a hacerlo.
Las invitaciones a establecer un debate con Ochoa y el joven Anaya abundan, pero también abundan los rechazos.
La estrategia del presidente del PAN es dar entrevistas a modo, sin que nadie lo objete y donde se encarga de señalar los errores del gobierno y expresar que todo alrededor del PRI es corrupción, pero bueno, esa es su función.
El resultado es evidente: la crispación social contra el joven Anaya va e irá en aumento, mientras que Ochoa lo sigue invitando y aquel se siga negando.
Surge una duda: si el joven Anaya logra ser candidato del Frente, como todo indica que esa es su idea, ¿debatirá?




