Tradicionalmente, la mayoría de los votantes jóvenes se mantienen al margen de los procesos electorales.
Las causas, unas veces apatía, otras desconfianza en la limpieza de las contiendas y más recientemente porque consideran que la solución de los problemas que les aquejan no se logra a través de la vía electoral.
Sin embargo, hay ocasiones, como sucedió en la elección presidencial del 2000, en las que muchos de ellos salen en masa a ejercer el derecho del sufragio.
Se sabe que el voto joven ayudó a Vicente Fox Quesada a sacar al PRI por primera vez de Los Pinos, sin embargo, en el 2012, su elevada participación en la elección no logró llevar al triunfo, ¿o sí pero, no fue reconocido?, al entonces perredista Andrés Manuel López Obrador.
El rechazo al candidato presidencial Enrique Peña Nieto el 11 de mayo del 2012 por los estudiantes, como los de la Universidad Iberoamericana, que dio pie a la creación del movimiento “Yo soy 132” que generó una movilización universitaria anti PRI y motivó la participación de los jóvenes pero contra el gobierno y el representante tricolor.
La decepción provocada por el presidente del cambio fallido primero y la impotencia de la derrota de AMLO después, aparentemente desanimaron y retiraron a las urnas a los ciudadanos jóvenes.
Las estadísticas indican que el voto de este segmento de la sociedad representa el 30 por ciento del padrón nacional de electores, también que los de 18 y 19 años son los más participativos pero que de los 20 años en adelante se desploma el interés en acudir a la urnas.
Lamentablemente, todo apunta a que en la sucesión del 2018 volverá a prevalecer el abstencionismo juvenil.
Esto, para beneplácito del PRI, porque la experiencia demuestra que cuando este sector de la población acude a ejercer masivamente el sufragio generalmente lo hace para votar en contra del partido en el gobierno o en favor de la opción opositora más relevante y atractiva.
De acuerdo con el Registro Federal de Electores, existen ahora 25.6 millones de votantes jóvenes pero los de 29 años de edad tienen una visión de corto plazo y les atraen más temas como la pobreza, la sexualidad y la protección al medio ambiente que la política electoral, además de que no asocian el voto como fórmula de cambio.
Con esos números, los priístas estarán más interesados en inhibir el voto joven que en convocarlo y no sería extraño que recurrieran a otras maniobras para alejarlos más de la competencia política.
Y al revés, las alianzas del PAN y de MORENA los llamarán con insistencia para que ejerzan el derecho electoral.
En donde el PRI parece que no tiene nada que hacer, por otra parte, es en la lucha por la jefatura de gobierno de la Ciudad de México.
Las encuestas afirman que de los aspirantes al cargo de Miguel Ángel Mancera, la puntera es la candidata del partido de AMLO, Claudia Sheimbaum, y que el abanderado priísta, Mikel Arriola, estaría abajo no solamente de MORENA sino también del PRD y del PAN que se pelean el tercer lugar de la tabla de posiciones.
Si no cambia el escenario, Andrés Manuel López Obrador volverá a ser otra vez jefe de gobierno de la capital de la República.
En asuntos locales, a los que se les agota el tiempo para recabar las firmas de apoyo que exige la ley para lograr la postulación es a los precandidatos independientes a las alcaldías de Tampico, Madero y Altamira, Cruz Armando Ruvalcaba, en el primer caso, Jesús Olvera Méndez, en el del segundo y Lucero Zaleta Pérez y Luis Daniel Lara Suárez, en el del tercero.
Los más interesados en que el aspirante sin partido tenga éxito deben de ser los estrategas de Acción Nacional de la urbe petrolera pues consideran que en la medida en la que el ex dirigente de la Sección Uno logre la simpatía de los electores, más votos perdería el Revolucionario Institucional, factor que facilitaría el
triunfo del partido blanquiazul.
El temor que tienen es que los priístas petroleros favorezcan con el sufragio no a Chuy Olvera, como quisieran, sino al candidato morenista, Adrián Oseguera Kernion, el enemigo a vencer de la disputa de la alcaldía.
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