Sobre la flora entumida y en los recovecos de ramas y de hojas, los pájaros se arropan del viento helado.
En el viejo árbol de aguacate, retorcido por los años. En sus huecos, los tlacuaches han instalado sus feudos mientras las redes de la Piñanona abrazan lentamente en su ascenso al anciano albor.
En la testa de hojas los pájaros se ocultan por la noche. En grupo, se alían con sus alas para protegerse del intenso frío.
Los pajaritos de contrastado color se han vuelto grises y oscuros.
El frío envuelve a las hojas, pequeñas como taquitos de abrigo para los pajaritos que pian con la noche.
Las flores se resguardan estoicas en las hojas.
Las flores del invierno son de orgullo en sus pétalos níveos estrictamente dibujados por el tiempo.
Flores y pájaros de frío van de la mano soportando las penurias de las breves cascadas de hielo, y los dientes de hierro del frío.
En las bardas se cuelgan las rémoras y los árboles se agarran a las piedras.
Parvadas de pájaros corean la soledad en los alambres y bajan sigilosos por los granos que una viejecita les avienta en la banqueta.
Los pájaros se atrincheran en el muro incontenible del folio verde y duro que abunda sobre el techado
y la arbolada empalmada.
En los contrastes sumergidos del verde seco y el gris de la alfombra que presenta el frente frío sin número.
Nos hacemos pajares y hojas en las colchas. Abrazados, empernados o en solitario.
El intenso frío nos remite al calor del café, al pasillo de te de limón y de naranja.
A una rosca de maíz y al bisquete duro y delicioso con la tarde-noche.
Se antojan unos bocoles, unas gorditas, tamalitos “tatemados” donde las hojas de maíz son parte del menú.
El fuerte frío nos empuja a la gordura, a la pedorrera improvisada.
Pero también el frío mide esta economía donde cabalga la muerte y la pobreza.
El frío nos mira y angustia, en las flores, en las hojas y los pajares.
El frío que cala al amor y a nuestra vida.