CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Una ciudad como Victoria ha visto el paisaje cambiar cientos o tal vez miles de veces. Las calles, las construcciones, casas particulares y negocios de todo tipo, terrazas, jardines y plazas, pero principalmente a la gente que va y viene por cada acera, por cada avenida.
Cada generación con sus costumbres y modismos ha desfilado por las arterias de la capital tamaulipeca, imprimiéndole su propio estilo y por supuesto, sus propias modas.
Lejanos son aquellos días en que el atuendo de las personas era de lo más formal, a mediados del siglo pasado cuando en los varones el uso tanto del saco y corbata como del sombrero eran comunes.
El buen vestir fue evolucionando a paso de las décadas, la llegada de nuevos textiles y fibras sintéticas abrió una infinita posibilidad de atuendos y diseños.
Sin embargo el vestir de manera formal se mantuvo sobre todo en aquellos ámbitos oficinales, bancarios y en los distintos niveles de gobierno. Ciudad Victoria es un lugar con mucho trajeado y encorbatado.
Ahí es donde el sastre tiene un papel fundamental en esta historia.
Don Juan Antonio Hernández Cervantes nació allá por el año 51’ en la colonia Mainero, ahí por el 3 Mutualismo/González pero aun siendo un niño de brazos, su padre quien también fue sastre lo llevó a Monterrey.
Por ahí de los 10 años lo “devolvieron” a la capital cueruda el tiempo suficiente para terminar la primaria.
Siendo apenas un adolescente su padre lo llevó a vivir al puerto jaibo.
En aquel tiempo su papá le daba su domingo “nomás pa’ ir al cine o comprarse algo”, pero ya en su adolescencia Don Juan quería ganar “un centavito”.
Tras un breve intento de aprender herrería, soldadura eléctrica, y hojalatería y pintura, un amigo de su padre, Don Salvador Torres le dio la oportunidad de aprender el oficio de sastre.
“Él me dijo mira tienes mi taller a tu disposición, tienes esta gran oportunidad, no estás en la escuela, y estás joven, aquí puedes aprender pero tienes que aprovechar la oportunidad, si no lo haces, ya es cosa tuya… ¡y la aproveché!”.
En ese taller hizo su primer pantalón, y aunque le costo bastante trabajo y tiempo, de ahí en adelante se empezó a ganar su propio dinerito. “Tendría unos 16 o 17 años cuando me pagaba 12 pesos por hacer un pantalón” recuerda con agrado Don Juan.
Pero luego, había clientes que le llevaban camisas a componer, las cuales sabia coser pero no cortar. Lo mismo pasaba con los trajes y sacos. Llegó la necesidad de expandir sus conocimientos.
Un día hojeando la revista “Alarma!” vio en la sección de clasificados el anuncio de una escuela gringa con cursos por correspondencia y decidió inscribirse. Semanas después le enviaron material y comenzó a estudiar y aprender más del oficio, principalmente a cortar y hacer sacos. “Es mentira que chango viejo no aprende maroma nueva” dice entre risas el ‘Don’.
Aquella era la época en que el dólar estaba en $12.50, pero un tiempo después llegaron las terribles devaluaciones del peso y le fue muy difícil sostener el estudio y tuvo que abandonarlos.
Sin embargo con la instrucción que recibió y su basta experiencia fabricando pantalones fue suficiente para dedicarse de lleno al oficio. Ya en los tempranos años ochenta regreso a Ciudad Victoria.
Al igual que la moda, el oficio de sastrería ha evolucionando, y continuamente hay necesidad de actualizarse con el corte de camisa y de traje.
Un ejemplo de ellos son las solapas de los sacos, décadas atrás eran enormes, luego picudas y hoy están de moda las solapas chiquitas así como el corte Slim, es decir pegado al cuerpo y aunque a veces es un poco incomodo con tal de andar a la moda es válido el sacrificio.
“Yo usé la campana… que no debe confundirse con la pata de elefante, que esa cubría todo el zapato, era la moda generalmente para las damas, incluso se llegó a usar con fuelles, como los pantalones chinacos con un botón y abertura” comenta
Un día normal en el taller de sastrería puede ser muy intenso y muy variado.
“Aquí traen camisas, pantalones de caballero y dama, prendas de piel, también me traen sacos para arreglarlos de las solapas ancha a dejarlos angostas” platica.
“Al cliente hay que preguntarle lo que quiere, a veces me dicen ‘usted es el bueno usted arréglemelo’ pero pues las prendas ya vienen cortadas y no siempre se pueden ‘arreglar’, si acaso se ajustan, pero es mejor hablar derecho con el cliente porque, uno les hace el trabajo pero si ni ellos saben que es lo que hay que cambiar, podría no quedar a su gusto y necesidad”.
“Cuando creo que una prenda no va a quedar como lo solicitan les digo que mejor no, yo no quiero que después venga y me reclame que no quedó bien”.
Hay composturas que con toda y la experiencia, suelen ser un “torito” para cualquier sastre, pues algunos cortes modernos en camisas o pantalones traen medidas muy exageradas.
En ciertos casos hay que deshacer la camisa completa: sisa, bata, espalda, mangas etc y es ese dominio de saber descoser, hacer los ajustes correctos y volver a unir lo que vuele al oficio de sastre tan importante: conocer los tipos de cuerpo que hay con cuello, hombro y brazo a varias dimensiones, largo corto y media es parte de la ‘ciencia’ que debe dominarse.
“Por ejemplo una persona con cuello corto o como le dicen “pecha cabecha” no les queda usar el sueter con ‘cuello de tortuga’ y así hay que explicarle al cliente que usar cierta prenda con tal corte le favorece o les desfavorece”.
Precisamente cuando el sastre explica esto, llega un cliente solicitando que le “arregle” unos pantalones de mezclilla para transformarlos de talla 33 a 30 y ‘achicar’ unas playeras ‘tipo polo’, pero Don Juan le explica que ajustar pantalones de mezclilla es como volverlos a hacer pues incluye quitar remaches y casi casi es como volverlos a hacer.
También al reducir este tipo de playeras ocurre algo muy peculiar: la parte de la espalda, los hombros, frente y mangas pueden achicarse, pero el cliente casi nunca toma en
cuenta de que al final queda una playera pequeña… ¡con un cuello enorme! Lo cual es completamente anti estético y el sastre se lo dice… aun a sabiendas de que perderá a ese posible cliente.
En la opinión del sastre la entrada de la ropa de segunda vino a perjudicar la hechura de prendas porque se hizo muy fácil adquirir un guardarropa, “cuando lo permitieron, dejaron de mandar a hacer, escaseó la chamba” admite.
Otra idea que existe sobre el desuso de ciertas prendas fue la llegada de las fibras sintéticas, sin embargo también ayudo a hacer mas amigables ciertas telas como la lana que si no se le agregan fibras como el poliéster se arrugara fácilmente pues no tiene caída.
Don Juan a sus 67 años es toda una enciclopedia del oficio de sastrería y esta interesado en tener un aprendiz, uno que tenga ganas de trabajar, que no le de miedo el reto de dedicarse a esto, comprometido y de preferencia joven.
“Luego las costureras le sacan la vuelta a lo que tiene que ver con la sastrería, entonces me gustaría transmitir mis conocimientos a otra persona, joven o señorita pero que este decidido a aprender y que le guste, de ser así, aquí hay una vacante para quien quiera aventarse el tiro”. El sastre se levanta de su silla y checa otras prendas que están en la lista de composturas, y el Caminante sabe que debe darle espacio para trabajar, aunque no quisiera irse de tan cómodo lugar por el perrrro sol y el calorón que hace afuera, pero es momento de seguir circulando. Demasiada y calurosa pata de perro por este día.