* El columnista es autor de las novelas “Erase un periodista” y “Rinconada, la historia prohibida del maestro Ricardo” y Premio Nacional de Periodismo 2016.
Los gobiernos neoliberales reducen al mínimo el significado de las hazañas patrióticas. Sobre todo aquellas que tienen que ver con la soberanía nacional.
Es una política tendiente a que perdamos de vista el valor de otras generaciones, que sin más armas que su amor a México, defendieron hasta la muerte, territorio, honor y dignidad de su país.
Estas fechas de celebraciones oficiales no son la excepción.
En el caso de “Los Niños Héroes”, ciertamente se vieron obligados a defender el colegio de Chapultepec atacado por el imperio gringo, ante la desbandada de la tropa formal dirigida por Nicolás Bravo, muriendo seis, resultando heridos cuatro y prisioneros treinta y siete, además de su director, el general Monterde.
En torno a ello se creó el mito del cadete Juan Escutia quien presuntamente se envolvió en la bandera, lanzándose desde lo alto del castillo.
Sin restar importancia a la viril actitud de los jóvenes, ningún libro serio sobre historia de México consigna el hecho. (Ni siquiera en “México a Través de los Siglos”).
Con el tiempo la leyenda se diluye.
Mientras tanto, al cura Hidalgo lo satanizan y ridiculizan, incluso en películas de alto contenido erótico y profunda perversidad subliminal, colocándolo por lo menos, como cínico burlador de virginidades pueblerinas.
Es verdad que el hombre fue padre de varios hijos y favorito de algunas mujeres, pero nada que ver con su sacrificio de inigualable generosidad hacia sus semejantes.
En la historia, Hidalgo mantiene el lugar que le corresponde como libertador y creador de la patria nueva, a pesar de las envidias de Allende que como sabéis, intentó envenenarlo en tres ocasiones, antes de quitarle el mando y tomarlo prisionero, tras culparlo del fracaso de la toma de la capital del virreinato.
“LAVADERO DE CONCIENCIA OFICIAL”
¿Cómo es la celebración de las “fiestas patrias”?.
Ya lo sabemos: la noche del quince, “un grito” con “vivas” que solo sirven para anteceder a la quema de pólvora en distintas modalidades, y al baile popular que parece ser lo más importante.
Es una especie de “lavadero” de la conciencia oficial (que alcanzó incluso a Maximiliano, quien fue el primero en acudir a Dolores Hidalgo, reconociendo no solo la hazaña de don Miguel, sino abofeteando a los conservadores que tenían en Iturbide al creador único de la Independencia).
Al día siguiente, un desfile “pinchurriento” (disculpad la palabreja), en sustitución de lo que debiera ser auténtico acto cívico para enaltecer los valores patrios.
Tal cual sucedía antaño, con el disfrute de la elocuencia y sabiduría de buenos oradores, comprometidos con la obligación de recordar la parte noble de la nación, sin alimentar el narcisismo de los funcionarios en turno.
Todo eso fue arrasado por políticos más preocupados por hacer dinero que por robustecer el sentimiento nacional.
Y ni modo que sea invento.
Por ello no extraña que sus compatriotas bendigan el día que abandonan el poder, convirtiéndose en mortales bajo sospecha.
De manera que a los regímenes neoliberales estorban los ejemplos heroicos. De ahí su insistencia por reducirlos a su mínima expresión, aunque en algunos casos prefieren aplicar el olvido, como evidencia inequívoca de su divorcio con los orígenes mexicas.
Y es que prefieren ver hacia el extranjero de donde suponen recibir mejor categoría social.
Creer que son superiores en cuanto a sangre y genética que los pobladores originales. Y eso los obliga a pagar un precio que no es otro, que rendirse al capital internacional, entregando recursos naturales que no les pertenecen porque son de todos.
El caso del régimen tricolor es más que elocuente. EPN todavía no sabe qué hacer con la derrota comparable con la caída de una aristocracia, que ante las circunstancias no le queda otro camino que huir, antes de ser alcanzado por la justicia social.
Peña Nieto, su gabinete y dirigencia del partido que lo patrocina, saben que este es el fin y que inicia una era donde el rescate de los valores nacionales es inevitable.
SUCEDE QUE
Existe confianza en que el próximo sexenio se abra el expediente sobre la masacre del 68, “operada” por el genocida Luis Echeverría Álvarez, entonces secretario de Gobernación.
Será la última oportunidad de enjuiciarlo en vida. (Actualmente tiene 96).
Y hasta la próxima.