¿El señor Armenta?..
-Para servirle…
-Somos de la INTERPOL, acompáñenos.
“¡En la madre!,” pensé.
“Ahora sí me torcieron…”
Me escoltaron cuatro agentes elegantemente vestidos, hasta las oficinas de esa corporación en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Me percaté que alrededor de nosotros, había un círculo vigilante de militares moviéndose discretamente. Seguramente, todo el aeropuerto estaba sitiado. Lo sabía, porque era la forma en que nos movíamos cuando arribábamos a un sitio desconocido o teníamos que proteger a alguno de nuestros invitados.
Me aislaron en un pequeño cuarto con un escritorio y dos sillas instaladas frente a frente. Tenía una grande ventana, con un enorme cristal.
Me vigilaban.
Lo sentía.
En cada esquina superior de la sala, cámaras de seguridad.
El jefe de la INTERPOL, era un caballero. Había hecho su carrera en el aparato diplomático mexicano en los principales países de la Unión Europea. Era abogado. Se expresaba con una amabilidad, que podía fácilmente confundirse con la dulzura. Parecía una charla entre amigos, en algún café a donde se va a chacharear y a fumar.
-¿Sabe por que está detenido señor Armenta?..
-Creo que sí. Pero ustedes son los que tienen que decirlo.
-Disfruto charlar con gente inteligente.
-Igual, señor licenciado.
El policía, pidió dos tazas de café dirigiéndose a su auxiliar con voz aterciopelada. Su acento, era de sacerdote en confesionario: solícito, obsequioso, acariciante. Me dijo que su obligación era llevarme “a manos de la Justicia en estricto apego a la Ley y a los Derechos Humanos”. No golpes, no humillaciones, no vejaciones.
-¿Dígame que hacía en las Bahamas señor Armenta?..
-Nada ilegal señor. Paseaba con mi pareja. Ese lugar, es el favorito de mi novia. Paisajes espectaculares, playas hermosas, comida de lo mejor. Y el más delicioso Ron que he tomado.
Sonrió el interrogador.
Se acomodó sus verdosos lentes de fondo de botella y soltó con una entonación almibarada:
-Debo informarle, señor Armenta, que ha sido detenido con fines de extradición. El gobierno de Estados Unidos lo requiere. El juicio en México se llevará unos tres meses.
Luego será puesto en un avión que lo llevará a Norteamérica.
-¡Puta madre..!-pensé.
Apreté con mis manos los descansos de la silla y pregunté:
-¿Y mi Güerita?..
Ella –dijo el policía-, no tiene cargos. Terminando su declaración, estará en libertad.
Me tranquilicé.
El tiempo del juicio de extradición, en la cárcel federal de máxima seguridad del Altiplano, fue un día de campo. El Chapo, tenía una red de protección y de amigos que le permitían vivir como príncipe. No era mi cuate; pero nos tratamos como camaradas, en la hermandad que genera el cautiverio.
Ante una sugerencia de él, me hacían llegar cobertor, mujer, celular, computadora, licor o televisión. Todo lo que necesitara. Cada mes, repartía fajos de billetes entre los celadores; y estaba atento a los cumpleaños de los oficiales del penal, para enviar presentes y dinero.
Me decía:
-Plebe, el dinero es para la vida. Cuando ésta se va, se va todo: plata, joyas, damas y la mayoría de los amigos. ¿Pá que guardarlo?..
Recordé el uso de los dólares que atesoré. Tres casas de INFONAVIT, rebosantes de cueros de rana. Nomás ordenaba que dejaran pasadizos justo para una persona. Las dos recámaras, el comedor, la cocina y el baño hasta el tronco: del piso al techo, pilas y pilas de billete.
Un día antes de mi extradición, me visitó mi Güerita.
Lloraba.
La entendía.
Todos sabemos que la extradición, es una de las muertes más prolongadas y dolorosas. El exilio, aflige. La extradición, es la muerte de muertes. Es una de las ejecuciones más refinadas y punzantes: años, décadas, en un morir permanente, en un sufrir inacabable. Te lastima el cuerpo y el alma cada segundo, cada minuto. Por muy cabrón que seas, lloras todos los días; intentas –inútilmente-, usar como agua corriente tus lágrimas para lavar pecados.
Y sí: me miraba y gemía como si estuviera muerto.
Pá acabarla de chingar, hasta vestido negro llevaba.
Me amarré un güevo, para guardar el llanto.
Soltó un grito desgarrador, que todavía llevo pegado a la hiel y a la piel.
Me pasó su teléfono inteligente:
“Mira: me lo mandó ayer la China…”
-¡!!Perra!!!-pensé con odio.
Leí:
-Yo no mandé a la DEA. La mandaste tú puta. Y procura irte a chingar tu madre. Córtatela. Si te veo en la frontera, se te acaba el corrido…