Hoy llega a Tamaulipas el presidente electo Andrés Manuel López Obrador y aunque no es su primera visita, esta vez los tamaulipecos confían en que llegue con buenas noticias que reactiven el ánimo y la esperanza.
Por lo pronto una buena señal es la relación cordial entre Andrés Manuel y el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca. Tal vez ahora sí sea posible emprender el rescate de Tamaulipas del infierno que ha vivido durante más de una década.
Y es que el estado no aguanta un sexenio más de indiferencia y olvido del gobierno federal. Aquí se ha vivido una tragedia recurrente: cada vez que llegaba un nuevo presidente al poder, los gobernadores, incapaces de superar la transición, acababan apestados, arrinconados y atados de pies y manos, de tal suerte que la población acababa pagando las consecuencias.
Así transcurrieron sexenios en los que se nos castigó con el olvido. Las torpezas políticas de la clase dirigente terminaban pagándolas los tamaulipecos.
Tal vez por ese imperdonable abandono que enfrentamos por décadas, de los estados de la frontera Norte, el nuestro es el que registra un mayor atraso en su desarrollo.
Los gobernadores se dedicaron por años a dos tareas prioritarias para ellos: sobrevivir en circunstancias adversas y enriquecer a sus camarillas, mientras que el estado padecía una demolición progresiva de sus instituciones y la población sufría las consecuencias de los malos gobiernos.
Como resultado de la suma de tantos males, hace años, ya más de una década, la delincuencia se apoderó del poder y la tardía reacción del estado resultó insuficiente para restablecer el orden.
Por eso en el 2016 los ciudadanos se sublevaron en las urnas y castigaron a a quienes gobernaron por más de ocho décadas expulsándolos del poder. El puntillazo final para los viejos cotos de poder se consumó el pasado mes de julio en una elección que borró casi todo vestigio del viejo régimen.
Aquí Andrés Manuel obtuvo una votación abrumadora a pesar de que Morena era una organización sin grandes alcances, y su candidatura remolcó a aspirantes a senadores, diputados federales y alcaldes que solos probablemente no hubieran llegado tan lejos.
Superada la lucha electoral parece ser que existe una buena relación entre López Obrador y Cabeza de Vaca. Seguramente tienen claro que ambos llegaron al poder legitimados por votaciones copiosas fuera de toda sospecha.
El origen democrático de los dos gobernantes supone que hay en ellos una sensibilidad mayor ante la exigencia de acciones que acaben de una vez por todas con el terror y la violencia que se vive en buena parte de nuestro territorio.
Esta primera visita es una buena oportunidad para que ambos se comprometan. Las esposas, madres y huérfanos de más de 6 mil desaparecidos y de los miles de asesinados merecen una respuesta puntual, sin rollos ni promesas infundadas.
Será difícil, casi imposible, cambiar las cosas si no hay una suma de voluntades entre ambos gobiernos.