Quien como candidato fue visto como un personaje hueco, criatura de un grupo de intereses que –millones de pesos en publicidad televisiva de por medio– lo posicionarían para que luego les debiera ese gran favor, ha elegido despedirse de los mexicanos con una serie de fotografías donde el tema no es México, el país al que debió servir, sino él mismo.
No se queden con mis obras, quédense con un póster. No hablen de lo que hice, bueno o malo, sino de esta percha almidonada, cual maniquí que se enamoró de sí mismo. Vean mi logro mayor, no requiero ya de actrices para posicionarme ante ustedes, lo he logrado: ahora yo soy el que interpreta el rol de presidente de la República, no sean fijados y pasen por alto el pequeño detalle de que ese papel daba para un estelar y terminó por ser de reparto.
Quiso ser el guapo de la historia, terminó siendo repudiado sin chiste: así lo sentencian todas y cada una de las encuestas publicadas en este ruin, digo, este fin de sexenio, que ponen a Enrique Peña Nieto al revés de sus antecesores; Zedillo, Fox y Calderón superaron el 60 por ciento de aprobación, Peña Nieto, en cambio, convoca opiniones negativas en la friolera de seis de cada diez encuestados.
Pero él no se inmuta. Les dejo en Instagram este contador de mis diez últimos días en el puesto de mayor relevancia en México. Aquí mi legado, soy el político afiche: diez cromos nada disputados en la colección de los peores presidentes de México.
Se enredó con libros y autores; escudó su ignorancia sobre el precio de las tortillas o el monto del salario mínimo en que no era “la señora de la casa”; tartamudeaba en las explicaciones de tragedias familiares; inventaba estados de la República; daba saltos cuánticos en sus discursos y, a tiro por viaje, si abandonaba el guion, patinaba en el estrado.
Eso en cuanto a sucesos. En las tragedias mayores, en los momentos clave, su presidencia fue vapor insustancial. Una bruma que se desvaneció a golpes de realidad.
De los trajes carísimos famosos en Los Ángeles al avión faraónico, de la frivolidad de usar los helicópteros para llevar a Emilio Gamboa al golf a defender el águila azteca al yerno y socio de un fascista, de la fastuosidad en las fiestas patrias a la urgencia de aclarar, eso sí lo aclaró, que no se había puesto unos calcetines deportivos al revés.
Hoy termina la presidencia que más se ha quejado de las redes sociales y quiso decir adiós con selfies sacadas de la naftalina que impide ver a ciertos mexiquenses que López Mateos no fue un buen presidente y por ende era una mala idea emularlo.
A partir de mañana se abrirán Los Pinos a la gente. Esa idea de López Obrador denota un legítimo gesto de la sobriedad republicana del tabasqueño, es cierto, pero también podría verse como una movida del viejo zorro político que es el próximo presidente.
Vengan y vean Los Pinos. Vean cómo vivían ellos, toda esta era la casa de una sola familia en el desigual país que somos. Si en tu empleo formal ganas mil 200 pesos a la semana más propinas, y de eso el Infonavit se lleva cada semana 600 pesos para pagar tu casa de 188 mil pesos, como me contaba ayer su caso Carlos, un chofer de Uber en Guadalajara, cuyo trabajo principal es en una gasolinera, si tú eres uno de esos Carlos, ven a visitar Los Pinos, y admírate de cómo vivía una sola familia, así fuera la de quien fue elegido para presidir el país.
El fantasma de María Antonieta región IV recorrerá esos jardines y edificios de Los Pinos. Este Versalles de petate no será menos indignante para quienes habitan inmuebles de menos de 70 metros cuadrados.
Pero el presidente Peña Nieto nunca quiso ver a los que no vivían como él. Quiso que lo viéramos a él. Así, feliz en su jaula de oro, ahora se despide en la escenografía que para él siempre fue el poder: un montaje que potenciara su sonrisa, su peinado, su atildada figura. No sus obras, no sus hechos, no su trascendencia, no su responsabilidad, sólo su figura.
Se equivocó de carrera. Pero él no mintió: siempre quiso ser el popular, no pagar el precio de gobernar. Por eso se da este último lujo. Háganme unas fotos así, bien como de telenovela, no no, mejor como de las series esas que hoy están de moda. Total, si no hay imágenes memorables de mi presidencia, quién puede negarme este último capricho: si la realidad no me ayuda, con Photoshop la maquillamos.
Van a ver cuántos likes ganamos.