CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas..- El océano de la mente puede llegar a ser infinito. Recuerdos de la temprana vida, datos y lecciones del diario experimentar, las fechas festivas, el sueño de un futuro anhelado, las primeras letras, el canto de los pájaros y un millón de imágenes a color nutren nuestra memoria.
Ahí mismo se mecen las emociones, fundidas en suspiros inspirados por el primer amor, la llama intensa de la juventud, las voces de papá y mamá, la risa de los hijos, el abrazo del abuelo, el juguete tan esperado en navidad y el júbilo de un cachorro, feliz de tener un hogar, mientras mueve su colita al reconocer a su mejor amigo.
También se encuentra el mazo de la voluntad, de la disciplina, el llamado del deber, de la entrega al trabajo, a los libros y la imperiosa necesidad de
subsistir, de triunfar y sobrevivir a un mundo cada vez más complicado.
En la mente se vive media existencia.
Como todas las partes de nuestro ser, la mente necesita ser nutrida y bien alimentada, para evolucionar sanamente y estar presta para conjugarse con nuestro cuerpo físico y nuestro sublime espíritu.
Pero ¿Qué pasa cuando ese océano se convierte en pantano?
No es un secreto que los problemas del diario vivir llegan a mermar la salud de nuestra mente con lo cual nacen complicaciones que derivan en un padecimiento llamado neurosis, caracterizada entre otras cosas por angustia, tristeza, celos, ira, miedo, así como una lista interminable de trastornos nerviosos y alteraciones emocionales.
Muchas de ellas se manifiestan incluso sin que, aparentemente, haya ninguna lesión en el sistema nervioso.
En la actualidad vivimos bombardeados por múltiples circunstancias que provocan este padecimiento. Según lo explican los especialistas, los seres humanos se protegen de la angustia a través de varios mecanismos de defensa, como la negación, el desplazamiento y la represión con el fin de reducir el estrés que una determinada situación o sentimiento le genera, el neurótico tiende a repetir ciertas conductas de manera constante.
Pero para quien no comprende de términos médicos, sólo sabe que su vida se ha transformado en un laberinto aterrador.
El Caminante decidió buscar la opinión de quienes han llegado a sanar y sobrevivir a esta angustia y que comparten con otros su experiencia.
El local en altos del 22 Bravo y Guerrero es el punto de reunión con una persona que logró salir del laberinto de la neurosis, el lugar para escuchar el caso de Quique. Él vivió un calvario desesperante. La angustia y ansiedad se volvieron su pan de cada día a partir de los 14 años. Sus relaciones afectivas se vieron reducidas a cero: No estudiaba ni trabajaba… no hacía nada. Esta situación se extendió por ocho años en que estuvo bajo medicación para intentar disminuir sus estragos.
En sus palabras, Quique expresa:
“Tomaba de diez a doce pastillas diarias, yo calculo que he de haber tomado veinte mil pastillas en ese lapso de ocho años. Para la ciencia médica yo era un caso muy severo e incurable. Caí en muchas situaciones depresivas a los catorce años y ya no me volví a levantar. Intenté suicidarme varias veces”.
Para él la neurosis significó mucho sufrimiento, pero especialmente representó perder una hermosa e irremplazable etapa de su vida: su juventud.
“En mi casa era una carga para mi familia, vociferaba, les levantaba la voz, gritaba, siempre era estar golpeando a mis hermanos, les robaba la comida… era para que me hubieran botado desde el principio, pero me soportaron durante mucho tiempo”, confiesa.
Un día, cansado de sufrir, Quique le confesó a su madre (que siempre estuvo junto a él, a pesar de los problemas) que deseaba atenderse con un profesionista. Ese día su mamá le dio un tip que le habría de cambiar la vida: “Oye ¿por qué no vas a esos Neuróticos Anónimos? Hay un grupo ahí a dos cuadras de donde trabaja tu papá”.
Seguir el consejo de su madre fue la mejor decisión que pudo tomar.
Cuando Quique empezó a asistir a las reuniones del grupo, lo primero que mejoró fue dejar las pastillas y al mes pudo dormir plácidamente.
Tiempo después decidió ingresar a la Casa Hogar de Neuróticos Anónimos en la Ciudad de México.
Al entrar a ese angustiante paréntesis que es la neurosis a los catorce años, Quique dejó de estudiar. Su depresión se transformó entre otras cosas en una incapacidad de terminar proyectos. De niño empezó a entrenar judo y lo abandonó. La secundaria fue una experiencia idéntica. Emigró a Estados Unidos e ingresó a High School y solo aguantó un día. Le proporcionaron los libros para estudiar en sistema abierto pero jamás progresó.
“El problema de la neurosis es que las emociones son superiores al intelecto, por eso cuando las emociones dominan, el enfermo no puede pensar claramente”, comenta Quique.
Así, a los 22 años, cuando solicita ayuda en Neuróticos Anónimos, contaba con solo la educación primaria. De ahí para adelante su vida empezó a encarrilarse.
Retomó los estudios: terminó la secundaria y después de salir de la casa hogar hizo la preparatoria, una carrera en el ámbito educativo, dos maestrías y actualmente continúa con un proyecto de doctorado. Con esto Quique se demostró a sí mismo que la capacidad intelectual siempre estuvo ahí, pero la neurosis la apagaba.
Hoy Quique no deja de asistir al grupo en el cual tiene una responsabilidad para retribuir un poco de lo mucho que ha recibido y puede mirar hacia el futuro libre de depresión o angustia y sin necesidad de tomar una sola pastilla.
Seguramente habrá algún lector que al encontrar estas líneas se sorprenda de saber que existe una posible solución a su problema y al alcance de la mano. Pues sí. El grupo local de Neuróticos Anónimos tiene toda la disponibilidad de ayudarle y junto a usted, hallar una manera constante y cuidadosa para superar esa angustia que le destruye la vida, ese miedo que lo tiene paralizado desde hace tiempo y que no le deja cumplir sus metas a nivel personal, profesional o académico.
La entrevista acaba y el Caminante se despide de Quique que con una de las sonrisas más sinceras, desea al que se va la mejor de las suertes y el mayor de los éxitos en su diario andar. Al bajar las escaleras al Caminante le llenan la mente dos palabras que representan una luz para quien sufre de neurosis en cualquiera de sus formas: esperanza y reciprocidad.
Demasiada pata de perro por esta semana.