No sé por qué presiento que a muchos de nosotros nos ha tocado vivir solos por un tiempo. Tal vez por mucho tiempo o quizás por unos cuantos días, pero solos y el alma podrida. Y solos es decir sin una llamada, sin una cita, solos sin nada.
Solos sin una carta recibida, sin una carta escrita, sin cartas a Santa, sin cumpleaños. Solos sin un abrazo, sin una llegada, sin una bienvenida, sin un adiós, sin una despedida, sin un cadalso, sin una muerte segura. Habrá quienes estén solos porque los dejaron y ellos quisieron quedarse, otros estarán solos porque quisieron quedarse y todos se han ido. También encontré, antes de irme señoras y señores, los que están solos porque los abandonaron y aquellos que lo abandonaron todo.
Hay quienes están solos porque así lo quieren, porque así lo necesitan, muchos están solos inevitablemente, otros así nacieron, nacen y viven la mayor parte de su vida solitarios, otros aunque viven acompañados mueren solos, nunca se sabe, la soledad siempre está presente en nuestra vida multitudinaria.
El hombre solitario es un hombre callado y tiene muchas palabras en alguna parte recóndita de su casa, las olvidó tal vez donde las dejó mientras lavaba los platos o cuando dormía abajo de las cobijas, es cosa de ir a buscarlas. Las guarda porque no tuvo a quién decir a quién gritarlas, a quién enamorar, a quién encantar o cómo hacer que les salieron alas y ni tiempo tuvo de escribir ni de sacarlas por la ventana.
Muchos de esos seres solitarios hicieron una zanja en la calle Hidalgo. Los conocimos desde niños, los vimos caminar por las calles y luego regresar por la tarde con un paquete, con un hatillo de revistas o libros, con sus lentes o con su vuena vista para ver de lejos. Lo vimos hacer cola en el cine, salirse antes porque ya habían visto la película.
Lo vimos solitario sin acompañarlo por mucho rato, por algo son solitarios. De algún modo deberán saber que no nos ha dado pena dejarlos.
Otros, sin que se generalice, unos cuantos van a las plazas a ver pasar a las muchachas, otros las ven donde quiera que pasan. Ellos saben de ellas lo que ellas saben de ellos. Pero el hombre solitario ha tenido el tiempo suficiente para hacer un listado de mujeres que le gustan y de mujeres que por el contrario, y es una lista envejecida con nombres extraviados, teléfonos que nunca se dieron, recados, mensajes que no se contestaron desde la primaria.
En el barrio cuando saben que viven solos, intentan echarle bola pero sólo lo intentan, pues el hombre solitario desde hace mucho que armó su trinchera vietnamita con piedras y palos, con filosos machetes, con trampas escondidas abajo de las puertas, con tira fichas, resorteras y contestadoras automáticas contra vecinas asalariadas.
Su historia incontable abarca interminables años para los muchachos del barrio. Es en cambio una leyenda para las señoras vulnerables que cuando lo miran se asustan, pero no hace mucho tiempo decían que era muy guapo y se hacían las encontradizas. El hombre solitario, al ser extraordinario, aparece entonces salvando el pequeño universo de los vecindarios. Pero han muerto los viejos que lo vieron todo y que pudieran narrar la biografía de este hombre bueno. Por lo tanto, el resto fue tergiversado por los huercos desde que lo vieron pegarle a un perro.
Parece que hay reunión familiar y va pasando uno solo viendo para todos lados. Entonces saben que soy yo y me gritan de lejos: “pásate vato”. Y entro…con una caguama en la mano, aunque una caguama no hace el verano.
HASTA PRONTO.