Las protestas callejeras
violentas y las respuestas
policiacas también
violentas están ofreciendo
el indicio de que algo anda
mal en las estructuras de la
democracia iberoamericana:
con todo e irregularidades,
los gobiernos confrontados
llegaron al poder por la vía de
la legitimación electoral.
El contenido de las protestas
es de temas coyunturales:
alzas de precios, con la
excepción de Bolivia donde la
crisis estalló por sospechosos
conteos electorales que modificaron
el saldo oficial final. En
ambos casos, sin embargo, se
acude a la instancia última de
la protesta masiva en las calles,
a veces sin transitar por mecanismos
intermedios institucionales
de la democracia.
Lo que importa destacar
aquí no son las razones de las
protestas, sino los mecanismos
de la movilización. En alzas
de precios e irregularidades
electorales existen mecanismos
e instancias para canalizarlas,
dejando como fase
final la protesta violenta en las
calles. Todos los presidentes
confrontados llegaron al poder
por la vía de las instituciones
democráticas, incluyendo las
trampas de Nicolás Maduro en
Venezuela.
Por lo tanto, la crisis de gobiernos,
de sistemas políticos
y de propuestas partidistas se
presenta como la prueba más
importante de la disfuncionalidad
o limitación institucional
del sistema de representación
política parlamentaria o legislativa
o partidista, es decir, los
mecanismos de la intermediación
política. Y ni qué decir del
régimen autoritario de Cuba,
donde las estructuras legislativas
del “poder popular” están
controladas por la existencia
sólo del Partido Comunista y el
gobierno como el organizador
de las elecciones.
La primera conclusión es
desafiante: todos los gobernantes,
de cualquier signo
ideológico, han sido los
responsables de dislocar las
estructuras generales de la
democracia. La mejor herencia
del parlamentarismo británico
ha sido destruida por el modelo
oligárquico de los partidos,
cumpliendo la maldición de la
“ley de hierro de la oligarquía”
de Robert Michaels: no hay
tributación sin representación.
Los parlamentos nacieron
para contener el abuso
antropofágico de los presidencialismos
y monarquías en el
cobro de los impuestos; pero
las crisis en América Latina por
alzas en precios, por ejemplo,
tienen que ver con el sistema
fiscal distorsionado, a favor del
capital y sin capacidad para
financiar el Estado de bienestar,
además del alto grado
de corrupción que desvía el
dinero de las arcas públicas
a los bolsillos de políticos y
gobernantes.
El sistema de representación
legislativa/parlamentaria
fue el gran salto en la configuración
de la democracia
después de la Revolución
Francesa (John Dunn), aunque
como herencia de la Revolución
Inglesa de 1642 (Thomas
Hobbes). Cuando al rey Charles
I de Inglaterra exigió en 1649
que le dijeran en nombre de
qué autoridad lo juzgaban a él
porque su poder monárquico
procedía solo de Dios (Robert
Filmer), la respuesta fue; “en
nombre del pueblo que nos ha
elegido”. Ahí quedó determinado
el papel de los ejecutivos y
los legislativos: ningún hombre
sobre la ley –ni reyes ni
presidentes ni líderes absolutistas–,
todos controlados por
el legislativo.
El proceso de perversión
de la democracia ha llevado a
situaciones absurdas en sistema
presidencialistas sin controles
legislativos: los presidentes
designan a los candidatos a
legisladores de su partido y por
tanto los legisladores le deben
lealtad al jefe y no al pueblo.
En consecuencia, las leyes y
presupuestos aprobados en el
legislativo responden a la subordinación
al ejecutivo. Los poderes
legislativos y los partidos
debieran ser los mejores y más
eficaces controles de los ejecutivos
y monarcas, pero resultan
sus simples empleados.