“Cuando escribes se aplacan las historias, comienza en la vida la parte en donde no escribes. Y allí escribes del árbol que imagina la inofensiva semilla. En una hoja que todavía no brota, el futuro es una cornisa en la sombra”
Cuando escribes te vuelves un monstruo, quieres respirar y no tienes nariz, quieres hablar y te has comido la boca, quieres moverte y te mueves hacia adentro, quieres escuchar y no escuchas sino que eres todo lo que se dice y lo que no se ha dicho, en una sola palabra, escribes.
Quieres escribir y también respirar. Te da comezón el dedo gordo del pie izquierdo. Poco a poco te sumerges en la playa con tu pequeña caña de peces gordos.
Cuando escribes se enciende la alarma de la puerta de un coche, el claxon es afuera en la salida de una escuela, la señora gritando para cruzar la calle. La sombra comienza a extender sus sombras como pequeños valles húmedos en las hierbas.
Cuando escribes, también pasan todos los pájaros, ocurren todas las sirenas y los ruidos extraños que te acompañan desde la infancia. Los escribiste a lápiz en un cuaderno y ya olvidaste los personajes.
Cuando escribes se aplacan las historias, comienza en la vida la parte en donde no escribes. Y allí escribes del árbol que imagina la inofensiva semilla. En una hoja que todavía no brota, el futuro es una cornisa en la sombra.
Las parejas de letras en sus sílabas van formando construcciones de nuevas ideas, como las hormigas ninguna se parece a la otra. Cada letra que se mueve inventa la siguiente. Escribes y eres el anti profeta y escribes en los límites del día siguiente.
Escribes y el viento te arrastra. Cada palabra es un hombrecillo con vida propia que te quiere someter a su sobrevivencia. Escribes y las palabras en su imperio te derrumban. Escribes ante el reclamo de los personajes que tú mismo inventas, que tú mismo haces rebeldes, que tú mismo hiciste irreconciliables.
En el momento que escribes nadie da un peso por tu vida. Estás indefenso y podrías confesarlo todo. El viento que hacía comienza una lluvia. El que escribe comienza a leerte y a borrarte de su mente. Entonces te gastas el último peso que traías, escribes de nuevo como un novato, y con los clásicos errores de la sintaxis y del intelecto, haces que todo parezca perfecto.
Escribir es declararse culpable porque ahí lo dice. Y por eso escribes, para decir con lo que dices, al mismo tiempo lo que no dices. Escribir es no escribir al mismo tiempo que un camión repartidor de refresco pasa y el chofer te saluda, aunque sólo haya sido en la imaginación tuya y nunca lo escribas.
Escribir es el sol que entra por la ventana. El pequeño escritorio del ordenador. El reflejo de las palabras guardadas un día anterior. La noche ahí quieta, seca, dicha, escrita textualmente, virtualmente, estenograficamente en la nube. Escribir es el pelo en la frente, los lentes, el cigarro, el encendedor, la taza de café, el cenicero, el hombre sentado leyendo distraído. Escribir es no escribir, es negarse completamente.
Escribir es ciudad, calles y callejones en una frase larga, una coma es un árbol, un punto es un semáforo donde se detienen los carros a mirarse a los ojos.
Escribes y te sales del cuarto detrás de las palabras inalcanzables. Atrapas una y sabe amarga. Atrapas una para escribir otra que se vuelve a ir de la mano. Atrapas una y la regresas y le haces fiesta. Con esa te basta para comenzar otra historia.
Cuando escribes te vuelves ventana, aleta de pescado, cualquier cosa ventajosa que te traiga los nombres, las razones, el libro, el pensamiento cierto o equivocado.
Escribes lo que sea que diga, sin falsas pretensiones, como una flecha, como un dardo envenenado que va y como no queriendo da en el blanco.
HASTA PRONTO.




