Hace casi quince años -corría el 2004- la sucesión municipal en Victoria dio un vuelco inesperado: Rodolfo Torre Cantú estaba a punto de ser postulado candidato del PRI a la alcaldía… pero sorpresivamente todo se le vino abajo.
El político-empresario Álvaro Villanueva Perales desplazó a Torre, empujado por una mescolanza extraña de intereses políticos.
El nuevo gobernador Geño Hernández y su amigo Rodolfo fueron chamaqueados y no hubo pataleos ni berrinches que valieran para revertir el “albazo” de Álvaro y asociados.
En fin, Villanueva pasó por la alcaldía sin pena ni gloria, como uno más de la hornada de alcaldes mediocres que ha padecido la Capital del Estado, los mismos que provocaron el actual desastre urbano.
Cuando terminó su trienio, Alvaro emigró a Estados Unidos, empujado por la inseguridad. Allá invirtió una parte de la fortuna que acumuló desde principios de los setenta, y hoy puede decirse que es un magnate “texaulipeco”.
Lo extraño es que después de jurar y perjurar que no volvería por aquí, Alvaro últimamente se aparece frecuentemente Victoria.
El ex alcalde recorre en el sigilo las colonias de la periferia y se planta por largos ratos ante las viejas lIderesas del PRI, con una sonrisa de oreja a oreja y una actitud dadivosa que contrasta con su conocida tacañería.
¿Qué busca Alvaro? ¿a quién pretende embaucar y cuáles son sus ocultas intenciones? Nadie sabe pero se sospecha que algún negocio trae entre manos, y el apoyo de los victorenses es su mercancía.
Álvaro nunca ha brincado sin huarache.
Por cierto, entre el priísmo tamaulipeco cada vez son más sonoros los cuchicheos sobre la flamante administración de Edgar Melhem. Muchos coinciden en que al riobravense sus primeras semanas como dirigente ya se le fueron en puras pachangas. Y de todo lo que prometió, ni sus luces.