“Estoy sentado aquí en el viejo sofá y me acompaña oculta en la oscuridad mi amiga la soledad camarada, con los viejos fantasmas que no me han dicho su nombre con su habla extraña sin palabras”
Hace cientos de años que estoy aquí, tal vez han sido miles, no sé cómo sucedido en un segundo.
Lo he visto todo y a lo largo de esta vida paradójica experimenté ya todas las consecuencias que un hombre puede experimentar, todos los errores que pudieran existir en situaciones que van más allá de la imaginación.
Estoy sentado aquí en el viejo sofá y me acompaña oculta en la oscuridad mi amiga la soledad camarada, con los viejos fantasmas que no me han dicho su nombre con su habla extraña sin palabras.
Ignoro si alguien me ha visto afuera o sólo simulen verme y me dicen: “te ves bien” y yo les digo lo mismo. Desconozco si sea hipocresía o sea cierto, o si no lo dicen y es mi fantasía alegórica que lo inventa. Me veo bien. Pero ellos no vienen de donde yo vengo, no tienen una idea, simples mortales, sólo se han asomado por la reja de mi puerta, me han visto lavar la ropa, sacar la basura, salir con el perro a pasear un rato, como ellos.
Cuando veo hacia los lados todavía tengo la intención de llamar a uno de los sirvientes del medioevo y que postrado, haciendo la señal de la cruz, sin mirarme a los ojos me prepare una taza de café, en vez de esta agua teñida a la que le agrego suficiente azúcar para despistar mi indolencia empobrecida.
En otro tiempo he amanecido en la calle con la suficiente hambre para comerme una hormiga.
Soy el más joven de los inmortales, otros inmortales se han reído de mí por este tipo de detalles pero no es que me guste sufrir. Aprendo sin embargo. Con el tiempo he sabido tolerar, soportar, ser estoico, aguantar hasta el último minuto, estirar la cuerda floja sobre la sabia virtud de conocer el tiempo, como dijo el poeta.
Con el tiempo tan infinito no recuerdo que la pobreza se haya ensañado tanto con mi cuerpo como en este momento. Me arrastró el materialismo histórico hasta sus últimas consecuencias. En estos tiempos comprendo la espalda de la política de beber un vaso de agua. Estoy en la nada y vivo de la nada. Si pruebo alimento es por el exordio de algunas células nostálgicas del maná.
Ya no tengo hambre de tanto pedir y mendigar por la calle. El hombre se espantó como el hambre. Hasta el hambre se ha marchado. Sí lo entiendo, pero no puedo estar muriendo ya que eso es imposible, yo soy inmortal como les dije.
Adentro en mi habitación, como kafka, escucho cómo afuera en la calle preparan el escenario en mi contra para matarme de hambre. Pero al contrario, la historia de la humanidad me ha enseñado que de lo último que muere un hombre es de hambre. Los intentos de suicidio y homicidio se multiplican antes. Me da un poco de risa, pues muchas veces he estado en el cadalso. Y como se comprenderá esto poco me importa.
Adentro, en mi pequeño despacho de cuatro por cuatro que sirve de sala comedor recámara y cocina, donde peregrino en este tipo de objeciones, preparó mi pócima.
Escucho un zumbido del aire que desquebraja el silencio de las paredes y luego alguien llama a la puerta. Esta vez posiblemente sean quienes intentan acabar con mi vida con un hachazo en la cabeza, como mueren las usureras de Dostoievski, o tal vez un ahorcamiento, un suicidio, podrían suicidarme si quisieran. Prefiero creer que sólo quieren confirmar si muero.
Por alguna razón les resulto extraño. No envejezco ni me enfermo. Es cierto que parezco inmortal sin querer y que además esta vez me ha tocado vivir entre los más envidiosos del mundo. Al contrario, pienso que no porque ellos lo digan voy a ir al médico.
Con mis manos hago la bola de plasma que cubre mis heridas existenciales. Restauro mi cuerpo con la que hago todo en esta vida, incluso ser inmortal. Por cierto, la conservo en un frasco. Aspiro su aroma y es bonito que el sol salga y que pueda respirar el aroma de la rosa que sale del frasco cuando amanece y estoy a salvo.
La pócima, es decir el plasma, es como el oxígeno. Siento como una invasión en lugares que no reconozco de mi cuerpo.
Escucho con insistencia el golpeteo de los sujetos sobre la puerta. Ahora lo hacen con un palo, con un tronco de árbol. Pronto vencerán la resistencia y entrarán. Para entonces ya me habré puesto la pócima en la cara con la que me vuelvo viejo. Con la que pueden soportarme. Pensarán que soy como ellos y que me estoy muriendo.
HASTA PRONTO.