El Presidente ha dicho una
y otra vez que los cambios
que se han operado y los
que hará durante 2020 “serán
irreversibles”. Lo reiteró al
cumplir un año en el gobierno:
“… en diciembre del 2020 ya
estarán establecidas las bases
para la construcción de una
patria nueva. Para entonces, ante
cualquier circunstancia, será
prácticamente imposible regresar
a la época de oprobio que
significó el periodo neoliberal o
neoporfirista”. La amenaza fue
clara: “…los conservadores ya no
podrán revertir los cambios o
para no ser tan tajante, tendrían
que esforzarse muchísimo y
pasar mucha vergüenza para
retroceder a los tiempos aciagos
de la corrupción, de los contratos
leoninos, de la condonación
de impuestos, de los fraudes
electorales, del abandono a
los jóvenes, del racismo, del
desprecio a los pobres y del
‘mátalos en caliente’”.
Tiene razón. No sé cuánto
tiempo vaya a pasar hasta
que México vuelva a tener un
presidente tan poderoso, cuánto
tiempo transcurra hasta que
vuelva a haber la mayoría de
dos tercios en la Cámara de
Diputados y la cómoda posición
en el Senado para revertir algunas
reformas constitucionales y leyes
reglamentarias, cuánto tiempo
para que el gobierno federal
pueda hacerse de la mayoría de la
SCJN, del Consejo de la Judicatura
y de los órganos autónomos y
organismos reguladores, cuánto
para que los contrapesos de la
sociedad se recuperen. Pienso
que mucho. No quedará más que
esperar que ante una posible
alternancia, los gobernantes usen
con prudencia las herramientas de
las que se ha adueñado el actual
Presidente y que heredará a su
sucesor, que se reconstruyan los
órganos de Estado y contrapesos
y se recree una administración
profesional en la que no prive el
principio de “90% de honestidad y
10% de capacidad” como si ambas
fueran excluyentes. Y, otra vez, no
es una nostalgia del pasado ni un
aval a administraciones anteriores
en las que la inseguridad, la
corrupción, los privilegios y abusos
predominaban.
Es irrelevante si el paquete
de nueve iniciativas sobre el
sistema de justicia se filtró o
no. La intención, como dijo
Jaime Talancón, es reveladora
y suficiente. Se suma a las leyes
punitivas de equiparación
de fraude fiscal con crimen
organizado, extinción de dominio
y prisión preventiva. Los cambios
propuestos confirman que los
derechos humanos le parecen a la
nueva administración un estorbo.
Por si fuera poco, le establecen
un contrapeso al Poder Judicial
creando una nueva institución
controlada por el Senado y, al
final, adueñarse del servicio de
carrera judicial. Así, se confirma
también el valor otorgado a su
independencia.
Si estas iniciativas son
aprobadas y les sumamos las tres
recién aprobadas, más una titular
de la CNDH, cuatro ministros de
la SCJN y cinco integrantes del
Consejo de la Judicatura a modo,
se completa el tablero de los
cambios irreversibles. Lo mismo
ocurre con el presupuesto. Más
discrecionalidad para gastar y
más asignaciones directas (78%)
porque, aunque la ley diga que eso
es ilegal, López Obrador revira
diciendo que así seguirá porque
con ellas le ha ahorrado a la
nación $200 mil millones.
Y en materia social. Una
distribución de la riqueza y
mayor igualdad que es un dicho
sin sustento alguno, menor
crecimiento del empleo, escuelas
sin evaluaciones y un sistema de
salud que hasta el momento no
hace, sino empeorar.
Falta la reforma política de la
que sabemos poco. ¿Cuáles son
las expectativas? Las iniciativas
planteadas por Morena para
disminuir al INE, la reducción de
la representación proporcional,
la entrega del padrón electoral
a la Segob y la democracia
plebiscitaria. Junto con ello, el
nombramiento —si es que lo hay—
de cuatro consejeros electorales en
abril con una mayoría asegurada
en la Cámara de Diputados, la
pretensión de desbancar a su
presidente y un órgano de control
interno en manos de morenistas
que quiere llevar al banquillo de
los acusados a los integrantes del
Consejo General.
López Obrador dice que seguirá
“escuchando y sirviendo al pueblo
y que jamás lo traicionará”. Ya lo
hizo. La inversión y los empleos
no llegan, la recaudación para
cubrir los programas sociales
disminuyó, la inseguridad
aumentó, el aeropuerto se esfumó,
la presunción de culpabilidad está
a la vista, el abasto de medicinas es
peor que en el pasado, la promesa
de la bonanza petrolera es una
quimera. Revertir todo esto será,
como dice López Obrador, muy
difícil.