A todos mis amigos españoles y a mis
queridos amigos y colegas
de El Imparcial, con abrazo de apoyo Ante la crisis del coronavirus, cada
jefe de estado o de gobierno tuvo
una reacción diferente y se notó
la falta de previsión de sus organismos
de inteligencia y seguridad nacional,
la sorpresa por la pandemia, la baja
letalidad respecto de otras pestes y las
presiones sociales crecientes en modo
pánico. Pero cuando la crisis subió de
tensión por infectados, y el contagio
aumentó de manera geométrica, la
enfermedad rebasó a la política y puso
a los gobernantes detrás de los acontecimientos.
Ningún presidente pudo liderar la
crisis, todos trataron de administrar los
efectos negativos. Faltaron discursos,
convicciones: los medios y las redes potenciaron
los efectos de la enfermedad y
contribuyeron a escalar el pánico social,
porque además no hubo estrategias de
comunicación. Todos los mandatarios
quisieron esconder sus responsabilidades.
El presidente de España, Pedro Sánchez,
no se movió en tanto no tuviera
claro los acuerdos, y ganancias de poder
partidista en su gobierno de coalición
con Unidas Podemos. Anunció tarde el
estado de alarma, lo hizo sin tener en
operación los primeros mecanismos y
su lenguaje corporal el día en que lo dio
a conocer fue de pánico inocultable. Si
Sánchez buscaba cierta capitalización
política para su menguada aprobación,
los efectos podrían ser desastrosos para
su gobierno bipartidista.
Los gobernantes de Italia se adelantaron
a la crisis y cerraron las fronteras
antes de que hubiera más contaminación
foránea. La frase que se utilizó fue
muy significativa: “nadie sale y nadie
entra”. La información sobre los mecanismos
sanitarios no se conoce, pero las
cifras de muertos colocaron a Italia entre
los tres primeros. La decisión de cerrar
el país y decretar sin decretarlo estado
de sitio para que salieran a las calles
solo servicios indispensables ayudó a
tranquilizar un poco a los italianos.
El presidente ruso Vladimir Putin
reaccionó como dictador: decisiones sin
pasar por los mecanismos legales. Hasta
mediados de marzo no se percibieron
intenciones políticas de represión contra
disidentes al amparo del endurecimiento
de las medidas sanitarias, lo cual ayudóayudó
a disminuir el efecto crítico: cerró el
país, acuarteló a las tropas, encerró a los
turistas y movilizó los servicios de salud.
El problema de Rusia son sus fronteras
extensas, pero hubo un eficaz cinturón
sanitario autoritario.
En China el gobierno comunista
no operó con eficacia, el virus salió de
control, las medias sanitarias fueron
tardías. Y, como dato que debe probarse
y analizarse, el líder del Partido Comunista
ordenó la compra de acciones
en Wall Street que le daría influencia
sobre el capitalismo estadunidense.
China dio prioridad a sus enfermos
con la construcción en tiempo corto de
impresionantes hospitales para miles de
pacientes.
El presidente Donald Trump reaccionó
tarde, inmerso a fondo en el inicio informal
–pero intenso– del proceso de
elección presidencial, con los demócratas
en las dos cámaras sólo intensificando
sus críticas. Su decisión más radical
fue la prohibición de recibir vuelos de
Europa, con excepción de Gran Bretaña,
su gran aliado. Sin embargo, en Gran
Bretaña el gobierno conservador de
Boris Johnson se declaró incompetente
para operar una estrategia sanitaria y se
conformado con manejar control de daños
políticos en el parlamento. Y al dejar
abiertos los vuelos ingleses, se quedó
una puerta para el ingreso a los EE. UU.
de ciudadanos de otros países que toman
a Inglaterra como puente aéreo.
El caso de México es muy especial. El
presidente López Obrador centralizó en
su figura y en su conferencia de prensa
de todas las mañanas la información
sanitaria y de gobierno, prohibió a
funcionarios entrar en contacto con la
prensa y asumió al coronavirus como
una enfermedad infecciosa controlable.
Cuando el 12 de marzo se conocieron
los datos de la expansión de la enfermedad,
las decisiones comenzaron a cerrar
reuniones en lugares públicos. El temor
mexicano radica en que el virus afecte
de manera severa al turismo, una de las
fuentes de divisas más importantes.
En México el efecto será doble: en
salud, porque el país se encuentra en un
proceso de reorganización desordenada
de los servicios gubernamentales, con el
abandono de importantes segmentos de
personas antes protegidas y sobre todo
con insuficiencia en la disponibilidad y
entrega de medicinas para enfermedades
graves. El aparato sanitario público
carece de eficacia ante pandemias de
avance rápido, los médicos están enojados
con las medidas y no ha habido un
acuerdo de emergencia para atender al
coronavirus.
Asimismo, en México ya se asentó el
temor de que el virus sea atacado con
medidas de enorme impacto productivo:
la caída de la bolsa de valores,
el congelamiento de inversiones, la
disminución de actividad económica y la
especulación con divisas está afectando
el binomio inflación-devaluación. Y
aunque en Palacio Nacional hay un desdén
hacia lo que representa el PIB, habrá
efectos negativos: antes de la pandemia
el PIB oficial para 2020 fue fijado en
2%, a finales de enero los analistas lo
habían bajado a 0.9% y a mediados de
marzo, en plena crisis de coronavirus,
las expectativas del PIB para este año se
colocaban entre -2% y -4%