Susan Sontag emprendió una
indagación sobre uno de los
temas centrales de la vida
cotidiana: usar las enfermedades
como metáforas de la realidad; es
decir, apelar a los significados de las
enfermedades como irrupción de la
vida sana para caracterizar rupturas
políticas. El cáncer de la corrupción,
la tuberculosis de la maldad.
Ahora hay que agregar una tercera:
la peste como la forma de expansión
social de alguna enfermedad
infecciosa que se trasmite por el
aire y que hace, en los simbolismos
literarios, que las personan caminen
sin problemas y de pronto caigan
muertas.
Nada define mejor el pánico
que la reacción de las personas
a las enfermedades, a veces las
más sencillas y otras casi siempre
las mortales. El Dr. Bernard Rieux
funciona como el hilo narrador de La
Peste (1947), de Albert Camus. A través
de su paciencia, bonhomía, sentido
del deber comienza la inquietud por
el primer mensaje de la tragedia
que se cierne sobre una comunidad
humana: aparecen ratas muertas, un
inició que aparecería como pájaros
muertos en el cuento Un día después
del sábado (1954) de Gabriel García
Márquez; en el primero las ratas
fueron el aviso de que estaba llegando
la peste; en el segundo los pájaros
avisan de la llegada del Judío Errante.
Si Sontag aborda el uso de
enfermedades para retratar
situaciones políticas. ahora la
metáfora del coronavirus puede
iniciar la reflexión sobre una sociedad
desconcertada ante la enfermedad.
Aún en su cifra más escandalosa,
las muertes por el nuevo virus no
alcanzarían ninguna de las pestes
del pasado. En este sentido, el
coronavirus podría funcionar como
la metáfora del miedo a la muerte:
las ciudades despobladas no sólo
por orden gubernamental, sino por
decisión de los ciudadanos, el miedo
a morir como metáfora de la vida.
Nacemos, dice Sontag, con una
“doble ciudadanía”: la del reino de los
sanos y la del reino de los enfermos,
la maldición binaria de nuestra
existencia. El Dr. Rieux combate
la peste y llega hasta el final paradescubrir que después de la peste
sigue la vida y que la vida necesita
olvidarse de las enfermedades. La
dialéctica vida-muerte puede ser el
dinamo que nos hace mover; luchar
contra la muerte y sus enfermedades
como enviadas a la tierra para vivir
siempre luchando contra la muerte.
De manera paradójica, la muerte
define a la vida.
La pandemia del coronavirus en
México ha escalado tensiones sociales
y políticas que parecen olvidar lo
ocurrido en 2009 con la pandemia
H1N1 de fiebre aviar: más de 70 mil
infectados y más de mil 100 muertos.
La reacción gubernamental fue
intensa, al grado de que se llegó a
criticar como sobrerreacción. Hoy
que el presidente López Obrador ha
desdeñado los avisos de peligrosidad
del coronavirus y sigue sus giras de
contacto con la población, la reacción
social y política ha escalado niveles de
crítica.
Lo que queda en el fondo de la
inestabilidad social es la certeza de
que el hombre sigue siendo víctima
de enfermedades conocidas o
desconocidas. La enfermedad nos
hace humanos. Mientras más se
avanza en la búsqueda de alguna
medicina contra el cáncer, otras
enfermedades más volátiles revelan la
fragilidad del cuerpo humano ante su
entorno. El pánico de los habitantes
de la ciudad de Camus se explica
en función de la incapacidad de la
ciencia humana para entender las
enfermedades mortales individuales
–cáncer o tuberculosis– y las
enfermedades masivas como la peste.
El final de La Peste parecería ser
la maldición Camus: la gente baila
de alegría cuando el vacilo de la
enfermedad se diluye como llegó:
en el aire, pero sin entender –saber,
quizá sí– que “el bacilo de la peste
no muere ni desaparece jamás,
que puede permanecer decenios
dormido entre los muebles, en la
ropa, que espera pacientemente en
las alcobas, en las bodegas, en las
maletas, los pañuelos y los papeles,
y que puede llegar un día en que l
peste, para desgracia y enseñanza
de los hombres, despierte a sus ratas
y las mande a morir en una ciudad
dichosa”.
El coronavirus no extinguirá a
la raza humana, pero la hará más
humilde…, o al menos ojalá que
así sea, y que sus efectos vuelvan a
despertar el sentido de la solidaridad
humana que se ha perdido en el
boato de la posmodernidad. La gran
metáfora de la enfermedad tipo peste
radica en el redescubrimiento de que
el ser humano es él y no sus riquezas
o vestimentas y que las enfermedades
prueban que todos nacimos iguales
para morir iguales.
La única certeza que queda es
que la peste del coronavirus pasará,
que se llevará a muchas personas
entre las patas de los caballos
de enfermedades apocalípticas,
que después todo regresará a la
normalidad y que los hombres y
mujeres hibernarán hasta el regreso
de la próxima peste que profetizó
Camus.