Extrañé el barrio, esa sensación en la calle que transmite sonidos inmejorables. Extrañé el ruido, las nubes del humo, el imperceptible movimiento de los ojos, la luz intensa sobre nosotros, extraño el aire de la calle.
Extrañé el barrio difícil. La calle empedrada. La mujer que viene y pasa, que veo difuminarse al horizonte con una bolsa de mandado. Extrañé el olvido de todas las caras que a la vez me olvidaron.
Extrañé la pelota que rebota en la pared descascarada del tiempo. Las risas corriendo atrás de los muchachos y muchachas. El perro negro. No me bastó el Twitter ni el Facebook. En cambio hubo miles de cosas que no extrañe y por eso no las recuerdo.
En este tiempo hubo extraños objetos en la casa de al lado. Música no escuchada antes, un cantante de mida. Un libro leído quedó abierto. Los niños conocieron al vendedor de troles que como quiera salió por las tardes a jugarse el pellejo.
Es muy difícil describir las calles vacías cuando el silencio es más pesado que el aire. No hay a quien preguntar lo necesario. Extrañé los trinos de las aves esparcidos en el desierto citadino.
Entre las calles el rumor es un carro que pasó hace 2 días a dos cuadras, nadie lo vio pasar, tal vez fue el eco, el mismo viento asomado que da la cara. Nadie de nosotros pasó tampoco buscando un carro. Otros dijeron que habían pasado muchos carros con una sirena atrás de ellos corriendo.
Escribo hasta ahora, un día después de todo. Un día después queda una cáscara de plátano vista desde lejos, la vieron en un período largo de espera, sentado en alguna banca, todavía ligero de ropas, esperando lo que tal vez ya haya pasado, lo mejor o lo peor, nadie lo sabe. No pasó el camión recolector de la basura ni el agua escurriendo por la calle.
Extraño los días que no pudieron ser porque llegaron otros. Pude ir y no fui, me quedé encerrado en las cuatro paredes de mi piel y de mi pensamiento. Aún así salí a comprar un dulce de niño en el recuerdo. En el parque estaba en los juegos completos y los jardines llenos de flores en vez de este desierto.
Me extrañé silbando de lejos, respondiendo preguntas que nadie me hizo. Respondiendo los golpes a destiempo. Recogiendo el hilo dejado por el viento que se llevó el papalote. Nadie corrido al rescate de una lluvia bajo el paraguas. Por eso no quiso llover mucho.
Un día después todavía nadie sale, escamado por los datos, por la contundencia de la información del día, por el sol abrasador, quemante, por el exceso de soledad, de agua tibia, de hojas cristalinas resbalando en las mejillas, de ausencias más presentes que nunca de las sillas vacías, por espacios por donde nadie volverá a pasar nunca.
Un día después nadie supo quién dio el primer paso. De qué tamaño calzaba el zapato, qué aplastó cuando empezó su vida de aplanador de terraplenes, pateador de sapos.
Un día después el sol salió, después la luna y dimos vuelta todos alrededor del mundo. Nos perseguimos por todo el sendero. A dónde íbamos recordamos aquellas historias, el tiempo pasado, los ojos en donde mismo que ven ahora otros calendarios.
Ha pasado a la historia el Coronavirus. Estamos aquí tú y yo ahora tomados de las manos en el 2021. No estamos todos ni somos los mismos. Un día después. Yo escribo esto que debió ser publicado hasta dentro de un año. Mas no estoy seguro. Todavía no hay nadie en las calles. Todo pudo haber sido un sueño.
HASTA PRONTO.