Es fácil llegar frente al puesto ambulante de la esquina y pedir un trolelote. Mucho antes que esto habrá de imaginar el emocionante instante en el cual usted lleno de júbilo y el vendedor viendo a su improvisada víctima viven este momento. Ni para uno ni para otro extremo se imagina cómo le hicieron para llegar a este momento entre las calles del 10 Hidalgo, desde distintas vidas y uno creció hasta ya grande llegar a ser un gran vendedor de troles y el otro un comprador entre miles caminando entre los aparadores del centro.
O esperando el micro se hizo viejo con su lunar en la espalda. El cliente no imagina, ni por aquí le pasa la chinga que ha llevado el de los troles, ni el de los micros, ni de nadie que haya llevado una chinga, él nomás quiere un trole. Los esta viendo. Los huele consumiendolos anticipadamente.
“Se trabaja muy sonriente, han de creer que es fácil”, dice el de los troles. Pero eso le es indiferente a los clientes. Hay que madrugar todos los días incluyendo los domingos. Se acercan más personas y la presión aumenta sobre el de los troles, el sudor desborda los arroyuelos de la frente.
Parece que ya no quiere que vengan. Pero siguen llegando y el de los troles piensa si se la ha jugado solo. En su pequeño puesto de autoservicio, sobre el carretón, los clientes se sirven a sus anchas. De hecho se le van al baño. Allí hay troles con semillas de ajonjolí, troles con chile y con queso, con chamoy, con gomilocas, con frijoles a la charra.
El elotero, desde las cuatro de la mañana anda de pie sobre el tiempo en el cual terminan de hervir los elotes en un baño de aluminio y a preparar todo lo que se llevan y lo que dejan antes de sobornar al perro que es de los que de quedan. Atrás comoquiera es de ley que vaya un perro sin embargo, si es negro es mejor, aunque no necesario.
Un día antes hay que escoger el elote fresco y tierno. El sabio elotero sabe que un elote hervido muchas veces son tamales. Ya se le amontonó la gente.
Le llaman y no contesta. Hace rato rato dijeron que estaba en una junta. Hasta que el elotero sale de entre la gente, muy sonriente, preguntando cuántos quieren. Cuando amanece, el de los troles ya está en la puerta diciéndole al perro que se meta, la neta, como si este entendiera y entiende.
El sabe que a media cuadra ya lleva la piedra, el perro lo supo solo, a un perro nadie le pregunta eso. Entonces el carretón avanza y antes de que salga el sol y comience a quemarnos, el elotero ya está en su puesto. Pasaron unos clientes que no lo vieron. Igual no pasaron. Pasaron otros de los que no compran troles. Uno que sabe.
El de los troles sabe que una vez ahí en el centro no hay escapatoria. Los clientes se han amontonado, le salen por uno y otro lado. Tiene para todos. Pero le siguen pidiendo hasta que desaparecen con la oscuridad de la noche. Vender troles no es fácil.
Uno pide dos elotes y pronto los tiene en sus manos ansiosas con su servilleta, le unta mayonesa la que guste, puede echarle chile, queso, mostaza, arroz, fideo, etcétera. Abajo el carretón trae un tanque chico como el que anduve buscando, un garrafón de agua y un parque surtido de elotes tiernos y macizos. En los espacios sin clientes el de los troles recuerda la anécdota que es el viaje de su casa hasta el centro de la ciudad y viceversa.
El paso entre los coches y el cansancio que se siente cuando va llegando al barrio con los troles que sobraron. La calle tiene su fábula de aparadores que lo ven pasar tranquilamente.
El viento sopla el aroma seductor del trole desalmado que seduce a las musas de la colonia a esa hora de la calle. A cualquier hora que grite el elotero, aparece gente muy sonriente. No falta aquel que se está asomando a cada rato a ver si viene. Y no viene.
Es temprano, pero desde temprano le dijeron al muchacho. De lejos se ve la silueta poco a poco acercándose, aclarando entre la niebla en un triciclo muy lento en la inclinada subida.
Luego un grito cruza el silencio de la colina, se enreda en los postes del último fraccionamiento citadino, y se escucha por abajo de la puerta. Nadie sabe qué se hacía con los dientes ni con los días antes de los troles. Pobrecitos.
El trole es para llevar, para traer, para estar viendo cómo lo come otro, con el agua en la boca, es el simple trole, el que quita el hambre y lo lleva a otra parte. HASTA PRONTO.