Asomas la nariz y ahí está el afuera que queremos. Hay un virus también por toda partes listo para acompañarnos por la ciudad a donde vayamos.
El mundo es un virus pequeño, es menos que un segundo, más chico que un agujero.
Sacas la mirada y ves el mundo maravilloso bajo la lluvia, la ciudad es un barco más que nunca, navegamos despacio como marineros baratos y novatos, bogamos a mar abierta, ciudadanos.
En el afuera sin embargo, sí sales a los grandes patios las flores siguen siendo amarillas y hay solares con matorrales, la humedad escurre en las veredas tropicales de la patria.
Se podría decir que eres un sobreviviente pero no te atreves a decirlo todavía. Ves el fondo de la calle y sales con un paraguas negro por la banqueta, saltas dos charcos y continúas como la lluvia.
Atrás de este alud de cristal la ciudad bebe agua que baja de los acantilados de la Sierra. La hemos visto bajar en cascadas y desgranarse entre las casas, entre el virus y las calles.
Por las ventanas se sabe de las pinturas de Monet así lloviendo y los hombres y mujeres viendo el agua caer al pavimento. Un hombre en bicicleta cruza la calle y es tratado como un héroe en las redes sociales, otro lo salva del anonimato.
Al rato se quita la lluvia y hay quien se lleva la finta, llueve de nuevo sobre mojado, llueve agua limpia y pública, agua democrática y arbitraria, alevosa y digna, llueve y llueve hasta que se quita.
Cuando eres niño quieres bañarte en la lluvia toda la vida. Creces sabiendo que es una injusticia. Ya grande la gente huye del agua, se esconde bajo las marquesinas como si llovieran piedras, se meten a una tienda, sacan la mano a ver si ya escampó. Señora hace una hora que se quitó.
Desde los mojados hay otra perspectiva para ver el mundo seco. Ves a los que se salvaron y lucen perfectos. Tus zapatos mojados en cambio espuman jabón, resquicios de sudor, humor negro.
Como mojado efímero se habra reído de ti el mundo, habrán dicho, no es bueno que te mojes, te puedes resfriar, habrán dicho mucho como si fueses por el mundo buscando aguaceros.
Bajo el paraguas vas reconociéndote tripulante a dos aguas, el timón inmóvil hace inevitable el ir hacia delante, al siguiente charco. En la plaza se reunieron la soledades bajo un gran árbol. Pasas lista de todos los días a los carros estacionados y a las cocheras que te hacen bajar de la banqueta.
En la otra esquina habrá una enfermera esperando el microbús. Antes en una vecindad donde vive una sola persona saldrá un perro amarillo de los que no ladran, menos bajo la lluvia. Con cuidado pasas el arroyo hacia la otra acera donde no hay nadie todavía.
El agua no se quita, esperará a que no tengas nada que hacer, a que llegues tarde al casting, a que no llegues ni a la otra cuadra cuando ya estés de retache en tu casa.
Vas bajo la lluvia y te imaginas a quienes adentro de sus casas, con los ojos pelones, esperan a que se quite el agua. Quieren lavar la ropa, dicen, ir al centro, sacar al perro, lucir sus mejores galas, sacar al marido, voltear para todos lados y no verte ahí dando lástima como pollo remojado.
Asomas tu nariz y vuelves a ver la lluvia. Esta vez no te llevaste la finta. Ves el cuadro de Monet con un paraguas pasar en una pequeña lancha sin salir de casa, pero afuera llueve, y aunque no quieras quieres mojarte.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA