Muchas veces la chancla volaba por el aire y daba en el blanco, luego llegaba una señora y la recogía con el dedo gordo del pie izquierdo y la calzaba, de ser necesario la volvía a levantar, con eso teníamos los niños que éramos. Todos corríamos, menos la presunta víctima, el hijo de la voz tierna y de época romántica que le hablaba desde las 50s.
Los padres tenían un lugar común para el castigo corrector de pruebas en los niños, pero también la educación, durante el siglo pasado, contenía incluso el jalón de orejas, el coscorrón, el castigo de pie frente al grupo, a veces en el sol y en casos extremos con ladrillos en la mano, decían los más dramáticos que sobre un hormiguero, no lo creo.
Las nuevas restricciones establecen olvidar esta vieja práctica y dejarla ahí junto al retrato de los señores y señoras que nos formaron, cuya sola existencia bastaba para que nos portaramos bien toda la vida y quién sabe si más allá de ella.
Uno como quiera ya está grande, ya la libró, dicen ahora que hay que cuidar mejor a los chamacos y darle buenos consejos con el ejemplo. Lo cierto es que la chancla nunca fue más allá del susto, a otros les tocó cinto, mecate mojado, vara de chechebel, entre otros.
La chancla desde el aire nos dice adiós antes de caer al piso de donde tal vez y solo una vez debió haber salido. Decían que con un manazo a tiempo tenía el chamaco, recién acontecido al suceso, para pegarlo con chicle. Así andaría traumado por unos días haciendo hasta lo que no le pedían.
Al caer la chancla cae también el arma predilecta de las amas de casa. Hubo quienes la levantaron y como una bandera nunca la dejaron ir en pos de alguien, pobre chancla. Mejor así. Pienso en la chancla abajo de la mesa con un contrincante mirándola, una chancla sobre la otra, pienso en una chancla buena de esas que duran bastante hasta que dejan una marca y desaparecen.
Otras chanclas fueron esquivadas en todas sus vigencias y nunca dieron en el blanco porque no quisieron. A la mera hora les dolía el estómago y caían en corto e iban por ella los perros. Preferían, ya casi para llegar al objetivo, planear un rato y con una pirueta en el aire pasar por un lado viendo cómo se agachaba el muchacho ya grande.
En las postrimerías la chancla se quedaba tranquila. No así su efímero contrincante que por un accidente había cometido la hazaña de cambiar un instante, él, que siempre había sido un niño muy obediente. No sé si pensaría esto mientras miraba la chancla al otro lado del cuarto en lo que crecía a cada rato.
Chanclas cruzadas, de hule, rojas, verdes, negras y descoloridas, descarapeladas si te fijabas a la suela, amarrada con un hilo, chancla de su segunda dueña muy enojona. Posiblemente la chancla
se consuela que también prohibieron el manotazo a mano pelona, el moquetazo en la boca, en la mano el manazo, el jalón de orejas, el pellizco en el brazo, el estirón de cabellos y tiene razón. Castigo los ha habido aún peores, por eso mismo. La chancla sin embargo se queda porque sólo fue un recurso mediático.
En la voz de la canción ranchera la chancla que era tirada no era vuelta a levantar, pero la señoras iban por ella y te perseguían hasta sus últimas consecuencias. Aquí te voy a esperar afuera del baño, vas a ver ahorita que salgas Y salías en 4 horas con todos los fantasmas. Ya era de madrugada cuando volvías a ver la chancla tirada ahí en el piso, indefensa. De todas formas le sacabas la vuelta.
A pesar de lo que digan, fue lindo aquel tiempo. Hubo a quienes no les tocó chancla porque nacieron en miel sobre hojuelas y tuvieron una abuela que las cuidaba.
Así son los abuelos, como ahora serán las madres, bien cariñosas. La abuela aparte siempre traía un varo en la bolsa y no porque fuéramos interesados pues aunque no corrige nada, es una muestra de afecto, que si te equivocabas da paso al otro extremo y en caso de ser necesario a una Santa regañada. Ojalá no quiten las regañadas marca llorarás, de esas que calan hasta los huesos y los quiebran, halgo arreglan.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA