La mosca. Si, una mosca de esas que suele uno encontrar en la pared, tan común en el mundo. Un cuerpo leve, regardete por su dimensión, dos enormes alas en relación a su cuerpo y ya está, es una mosca en el cuarto.
De origen incierto la mosca aparece en el brazo izquierdo con una invitación al ataque. Te ha pasado que fallaste, pasó muchas veces y sólo el golpe en el brazo. La frustración de ese primer intento fallido quedó registrado hasta el presente texto.
Habrá quién se especialice y logre su maestría en la disciplina de matar moscas. Dejarlas que maduren y vuelen a sus anchas, que estén al altura de la circunstancias en la cancha sintética.
Entonces con agilidad felina atraparla o sencillamente darle una nalgada para que salga de inmediato y no vuelva.
La mosca puede que no exista en la vida hasta que va y se para en tu cara y camina con sus patillas en una pesadilla, sientes sus patillas pegajosa en una mejilla.
Haces la finta y no se retira, tiras de veras, sabes que le diste, la buscas, se ha ido pero al rato la escuchas en su incansable motorcito de gasolina. Una mosca sabe que tiene pocos días, así que se apura, se acomide, acude, trata de estar presente en toda la fiesta y en todos los velorios, busca las multitudes aunque si ve un tipo solo se echa un round con él y pierde.
A la mosca le mata la confianza, el tiempo, la rapidez de un fulano, su propia terquedad en una borona de azúcar y ser la última en una barca que naufraga. Ahora que no la veo reflexiono antes de que salga y tiente mi honor y orgullo vulnerada por mi torpeza y mi falta de precisión.
Se posa sobre una taza y puedo derramarla, vuela atrás de mi cuerpo donde no la veo, no tengo cámaras.
He mejorado mis tácticas de ataque, pero ella mejoró la defensiva. Así no se puede. Mis brazos ahora son tentáculos que al moverse por la recámara son como aspas de una avioneta, de vez en cuando lanza misiles que no dan en el blanco sino en la lámpara, mis manos son moscas grandotas atrapadas en mi cuerpo buscando la mosca.
Está arriba de la cama, me aviento como el santo, algo tronó. Ojalá no sean los huesos. La mosca.
Si una mosca de las comunes y corrientes, no de las guerreras aquellas que combaten a las otras, las comen y las contratan. Tampoco es la mosca que pudre la fruta o la mastica, es una simple mosca.
Me levanto y se encuentra en la espalda a donde no alcanza mi brazo, en mi camisa blanca parece un lunar negro, un agujero extraño. Te cuidas todo el día, se abre la puerta y entra una que dura tres días- o sea toda su vida- yendo de la alcoba a la cocina según el hambre y tu curiosidad asesina con tal de que no se reproduzca.
En contra de encontrarla muerta, víctima de un mal cardiaco, sientes un especie de lástima. Las moscas producen más moscas muy rápido y transmiten miles de gérmenes en sus patas, son asesinos en potencia, pequeñas emisarios.
Habrá que nombrar un general y armar un ejército con armas que vayan más allá de los manotazos, porque acá me ha quedado muy claro que vamos perdiendo esta guerra.
Viaja con el viento y esquiva árboles, postes de luz, casas, antenas parabólicas, drones, voces horribles, hermosos canciones. Nos ve desde una barda y sabemos que de una parte nos está mirando, nos apunta con el dedo, vuela en un círculo dramático y cae sobre nosotros de nuevo.
Si es la misma mosca sabes que fintará por el lado izquierdo, pero escapará por el derecho. Tira por el derecho como a los porteros, recio y colocado, busca el ángulo, el candil del sol, el engaño cruel para que busque la mano.
Para las moscas, nosotros tal vez sólo seamos unos cuantos facinerosos que nos dedicamos a matar moscas. Saben la inutilidad del caso, al conocer su superioridad numérica.
La mosca no deja que andemos un rato por ahí de un lado a otro caminando o corriendo, y al final lanza su ataque cuando el cuerpo se queda dormido. Es necesario que alguien te hable por teléfono, o simplemente te necesite y te pregunte cómo has estado.
HASTA PRONTO.