24 diciembre, 2025

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La ciudad y los pequeños rincones

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Comienza a oscurecer. Se puede distinguir el material que anuncia su antigüedad conforme cae la tarde. Ocres, grises, violetas intensos en el plano, antes del anochec
En ciudad Victoria hice las modificaciones para adaptarme a la real condición de lluvias, por ejemplo, el clima intensamente seco, el invierno recorriendo las calles en busca de sustento. Bajo un techo de lámina de cartón y asbesto.
Comí pan con mantequilla una tarde en el café del centro con el esposo de la señora marquesa y el señor de la Masa, viejo historiador del barrio con un libro en la mano. Salgo por los subterfugios que la noche va forjando, por el resquicio, por el rabillo del ojo, en las maquetas, cruzo las calles enloquecidas horas antes La tarde es un viejo camión pasando el río San Marcos de la tarde lluviosa de mayo. Las mujeres corriendo y los niños pisando charcos. El sastre, el vendedor, el obrero alcanzaron el estribo de la última ruta que lleva a la colonia Moderna. La noche se envuelve en silenciosa tenebra y el desquebrajadero de piedras.
La calle al fondo no muestra signos de vida. Es una fotografía de la noche cualquiera, haría cosa de algunos años. Tenía esa casa donde jugábamos noche
con las chiquillas de entonces bajo el tenue resplandor del foco, pero se la llevó el tiempo. Un día mi infancia dejó de serlo y me incorporé a una banda de cabrones.
La lluvia hace su agosto interrumpiendo las palabras, se mete en la cocina ya está la cena. La noche se lleva muy bien con esta lluvia. En algún lugar de las emociones dejé aquella información con el nombre de todos, y en un acto terrorista los abandoné a su suerte. Mi pasado es una sola palabra dicha muchas veces que he olvidado. Como mecanismo de defensa me sirvió el olvido sobre ese recuerdo. Tengo más años que tiempo o al revés, supongo es lo mismo.
La tarde es un cuarto frío y ella de pronto. Una soledad a prueba de albas y tormentosos amaneceres y ella de pronto, allí sentada, prendida en las redes. La tarde es caminar descalzo y el río abajo suena rumbo al mar del oriente. La tarde es el oriente al horizonte, con vista desde el barco rumbo a un país extranjero.
El pasado es como la tarde en su manto oscuro. La cruda realidad va poblando lentamente los pequeños rincones, los espacios más escondidos, los espejos, enseres, jueguetes de niños, que aún sirven para continuar jugando. No se trata de eso pero el pasado creó esa otra condición antes de corregirnos. Tu pasado no existe, hasta que otros lo descubren.
La tarde cayó sobre aquellos que renegaron de nuestro señor y fueron derribando templos imaginarios, antes de construirlos. La noche es un gran precipicio. El viejo túnel de la infancia sacará sus monstruos mohosos del ignorado pantano.
Un silencio intermitente es el pasar de carros por la calle. Un leve remanente de textos leídos en silencio, anuncia el negro crespón de la noche. Estamos aprendiendo a decir mamá a los dos años y el hermanito mayor comenzó a caminar a los diez meses. Olía a tamales y por la ventana se veía el parpadeo del televisor Philco de aquel pasado. Cuando la ví a los ojos como la tarde caída, fue algo sensacional, y ella estuvo encantadora con este relato. Encantada de conocerme y conocer mucha gente. La tarde iba por el mes de mayo según mis cálculos. Ella no llevaba sostén ni llevaba calzones, en horas en que a nadie importa. Eso fue muy cierto.
HASTA PRONTO.

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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