Queda claro que salvo por dos o tres diputados, Morena -o lo que sea que pudiera entenderse como su estructura formal en el estado- perdió el control sobre su bancada en el Congreso de Tamaulipas Las siete abstenciones del 30 de abril, cuando el Legislativo votó contra la homologación del desafuero del gobernador Cabeza de Vaca, solo fueron la punta de un iceberg, que tiene de fondo una historia que comenzó mucho tiempo atrás.
Para ser precisos, desde que la tómbola o cual haya sido el método utilizado, arrojó los perfiles de quienes hoy ocupan las curules plurinominales por ese partido.
La mayoría son militantes de ocasión a los que la suerte los puso en las primeras diez posiciones de la lista de representación proporcional.
En todo caso, a esos legisladores se les puede reprochar falta de convicción y lealtad a su partido, pero de casos similares está llena la historia política reciente del estado. Lo que demuestra la rebelión morenista en el Legislativo es la crisis estructural de Morena en Tamaulipas.
Para ser claros: en el estado, el Movimiento de Regeneración Nacional todavía no es un partido.
A casi dos semanas de que se quitó el cargo a su dirigente estatal, Enrique Torres, es fecha que todavía no se oficializa la unción de Oscar Alarcón.
Los pocos diputados morenistas que buscan sostener su posición en el Congreso, Edna Rivera y Roque Hernández por ejemplo, no saben a ciencia cierta, quién debería ser el encargado de poner orden entre sus bancada.
El delegado nacional Luis Ernesto Palacios Cordero sigue siendo un fantasma en la mayoría de los municipios tamaulipecos, y Erasmo González, considerado el representante más cercano a Mario Delgado, hasta hace poco andaba muy ocupado repartiendo el tiempo entre su campaña y sus labor como diputado federal en funciones.
El problema, advierten algunos operadores de diferentes candidatos, es que en el estado cada quien anda por su cuenta, sin las mínimas directrices, ni estrategias comunes.
Por eso, algunos le apuestan a presumir su cercanía “al cien con ya sabes quién”, y otros ni los chalecos guindas se quieren poner. También por eso, hay candidatos que no se dan la mano con sus compañeros de fórmula, ni hablar de hacer recorridos juntos.
No hay que ser adivino para pronosticar que esta falta de organización pudiera repercutir negativamente para su partido a la hora de las votaciones.
Tal como ocurrió en el 2019, apenas un año después de la elección presidencial, cuando el partido de López Obrador apenas pudo ganar una diputación en el Congreso.
De hecho, resulta obvio pensar que este lío interno es en alguna medida, la causa de que algunos candidatos que lucían sólidos al inicio de la campaña, se hayan estancado o de plano vayan en franca picada a pesar de la aparente fuerza que puede presumir la marca Morena.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES