TAMAULIPAS.- Cuando ventea, el aire instrumenta una orquesta de puertas que se abren o cierran. Golpetean las cuerdas flojas, los tambores de la fiesta. La gente cierra la puerta y la boca, por donde ella misma entra y sale.
En los tejados se juega el torneo relámpago de palos contra fierros y una lata de aluminio, mientras escucho, hace su recorrido de un lado a otro a favor del viento.
En cambio me he quedado adentro. Tú eres mi paraíso, mi flor y nata de la selva. Un hombre enloquece en la jungla de tu mirada.
Tantas veces contigo le hacen daño a este que canta, y te persigo sin escafandra, sin arco, sin agua. Dime tú cómo debo llegar a tu santuario, dime cómo crece un árbol, como se prepara la voz de un recuerdo.
Adentro se sabe cuántos y quiénes quedan. Miran al prójimo, a ese que seguramente franqueara la puerta por cualquier motivo ¿Quién podría saberlo? En cambio yo debo darte dos o más que tres palabras: son esta noche, las estrellas que cantan, son los versos que te escribo cuando te ausentas.
Dime a qué hora pueden ver tus ojos mis ojos, dime qué nombre sabrá hablar de mi cuerpo en las paredes. Dime qué soledad me cobijará si tú te marchas como un gato buscando su sombra. Son muchas cosas en las calles de la ciudad al ver el paso de dos que simplemente se adoraron. Son muchas cosas en verdad de las palabras.
Son sólo versos que se dicen de repente, cuando los párpados se levantan, son una simple razón, dos te quiero en el alma. Son despertares del sol, alucines del tic tac de un reloj por la mañana. Si yo fuera el portero de tu casa más antigua, seguramente te prohibiera salir a que otros te vieran. Pero soy el aire, soy la ventana y tu puerta.
Soy el obrero de la construcción que te consuela. Si yo fuese el dueño de esta tómbola seguramente te tocarían mis manos, y mi cuerpo saldría premiado con el tuyo de veras. Viviría eternamente en ese paraíso si yo fuese un árbol, una escapada de día, una canción revuelta en tu idioma.
Si la vida fuese, no yo, y no tú, sino los dos con las manos unidas en este rincón del tiempo, habría alguna razones para morir. La vida es una tómbola donde yo saqué el viaje perfecto, los largos aconteceres entre tus dedos.
¿Qué horas son señor presidente? Me urge extra urgente verla a estas horas de la patria, deme un motivo para alertar al guardia de su puerta, llevar esta canción a donde ella me aguarda. Clarito me dijiste, a las doce de la noche me querías, y yo dije te quiero como siempre lo dije, y a cada minuto de niebla era un beso derretido en la bruma.
En la radio anuncian tus juegos de columpios, dedos en tu pelo, resbaladeros en el parque sin niños. Anuncian tu recuerdo, anuncian el sueño largo y tendido al norte. Nos dieron las 4 de la mañana y el locutor olvidó mencionar al autor de esta complacencia en el brillo de estrellas.
Es mi vida pequeña que se vuelve refugio, ilusión serena, inquietante multitud, ojillos que ven transcurrir las calles. No diré que subo triste como la tarde, no diré el canto melancólico bajo nubes rojas de la frontera.
De la noche a la mañana hay un leve trecho de fantasmas, bienvenidas y despedidas que buscan alojamiento barato. Ojalá te quedaras. Bienvenida a Victoria, la ciudad que reina en sus plazas y algarabía de mujeres hermosas. En el afecto de una aduana no es difícil dar con el domingo o cualquier otro día donde habiten tus ternuras.
La novedad es el gobierno de tus manos, la ley de tu cuerpo, los decretos de tus ojos que son órdenes. Yo escribo en poblados cercanos. Cuando voy al mandando dejo el café frío para decirte mil veces el manifiesto de amor mientras te escribo, y tú en un simple descuido del aire libre, tal vez sin querer me leas como una raya al fondo del mar, desde el claro de tus ojos negros.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021




