TAMAULIPAS.- El espejo refl eja todo lo que ve y no puede evitarlo. Es el espejo fi el de los días y los años.
Es el espejo el único que revisamos de lado a lado aprovechando un aparador del centro. Un sujeto como tú, tal vez desconocido, aparece en la estación del cuarto y el espejo lo descubre fácilmente.
Entonces te levantas y ya frente al cristal con que te mires tienes que reconocer tus espantosos rasgos. Feo no eres y guapo tampoco, ¿Entonces qué eres entre la multitud de versiones con que peinas tu pelo irsuto, insurgente y despiadado? Luces tu presencia amplia y cumplida de candidato único en ese cuarto de cuatro por cuatro metros cuadrados.
Eres un monigote con tu desgastado discurso de falso profeta de vecindario. Afuera te podrán ladrar los perros pero aquí en el cuarto eres gobierno, aunque sea de uno que reniega de sí mismo.
Has cambiado de espejo y has cambiado con los años; tú y el espejo no se han dado cuenta de eso, pero en los ojos encuentran aún el niño que son, el falso berrinche matutino, el gallo en el cabello, el viejo entrecejo con un surco cada vez más profundo.
Te ves a cada rato y no te conoces, le preguntas al espejo y eres un extraño atónito, muerto de risa o en su defecto de cansancio gratuito. Pasas y ves de nuevo al sujeto que a la vez te observa detenidamente, le preguntas y nunca te contesta el mal educado.
Un espejo por más viejo y abandonado no pierde su capacidad de asombro, por eso se expresa en el extremo neutro y cruel que a veces es la realidad. A la vez, su silencio tiene las respuestas que nadie quiere hacer. La gente le pide mentiras pero eso no va a suceder.
Ahí en el espejo ves lo que nadie más ve, acaso un prejuicio, un trauma infantil con la nariz torcida, los labios rotos por la furia de la guerra que suelen ser los chingadazos de la vida. El mar es el gran espejo del mundo donde de ve un conejo.
La luna de queso se derrite en el agua. El espejo mira el alma del cuerpo sin maquillaje. Con el paso de los años y de los sueños el espejo se hace añicos, pequeños triángulos, trizas de lo que un día fue cuerpo, baile, canto en un baño de lujo.
Luego vuelve a su karma de arena y fuego. Un espejo roto es ignorado por la prensa geométrica hasta que un vagabundo lo recoge y le coloca un marco imaginario, lo usa en el barco de un carrito del súper para ver su pasado, y como retrovisor para ver el infinito retórico.
Hay espejos de pared para ver a todos lados y pedir un informe acerca de quién llega, de quién es la sombra que cruza el patio. Catalejo curioso de barrio, en el reflejo retachan todos los males del diablo.
Testigo mudo, el espejo ha visto la cruel realidad del mundo, lo hicieron cóncavo y convexo con peores resultados. No es culpa del espejo, fue una trifulca, una pedrada que te cambió la quijada para el otro lado.
Pero estás ahí con la piedra en la mano y lleno de ira te haces pedazos. Encuentras un espejo y ahí estás con todo lo que cargas. No olvidas nada, estás listo para decir unas palabras con esa cara.
Dejas el espejo y te sometes a la crítica popular que te halaga, no te merecen, pero ellos no lo saben Narciso, ya en soledad vuelves a ser el de la nariz torcida y el alma en un agujero. Es el alma que ve el cuerpo que no vemos en la oscuridad del ego.
Es el silencio que calla el ruido de afuera que nos aturde con el tráfico. El espejo es a veces el único compañero que nos acepta y nos hace humanos con los lentes puestos, con la corbata correcta antes de subir y dar el siguiente paso rumbo al cadalso.
HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021




