5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Antes de los bulevares

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

TAMAULIPAS.- Año tras año es esta fiesta. Señoras caminando con garbo por las calles, es una fiesta de un día que persigue al otro inalcanzable. La gente pregunta a los comensales, sacude el paseo de los años y un estivador de sueños se sienta en calidad de por mientras.

Abajo de él hay la banqueta destruída por los grandes camiones, por los coches trepados en la entre pierna de la mismísima calle.

Básicamente la museografía urbana es una sorpresa para mí. Hay lugares donde la gala de mujeres bonitas aparece en el consulado de Praga, esquina con Chichén Itzá en la colonia de nomenclaturas extrañas.

Tuve la suerte de contar con el trabajo de aquellos que hicieron la patria y las grandes ciudades, magistralmente interpretadas por pintores del sustrato contemporáneo. El concierto de las hojas movidas por el viento llega a grandes voces y los silencios cantan a la vuelta de la esquina, asomada la hora. Sobre las soleras el sol recoge los grumos de sombras, fragmentos de pequeñas miradas, para no olvidar todo.

El mensaje es terrible y pega en los momentos ignorados, en el olvidar del olvido. Uno entonces trasciende. En placas de cobre cocido en ácido de viejo grabador, trabajo los recursos de la infancia, pasajero de trolebuses que iban a Tampico, filigrana de memoria, ruta directa al no pasado.

Con fondo de grafito veo enloquecer las paredes, el trabajo era recuperar la prensa armada hasta los dientes, en labios de aquellos que desearon decir algo donde fuera. Decir entre tantas obviedades una que otra derrota. O viceversa.

Qué puedo decir yo con unas cuantas letras castellanas arrancadas al inconfesable inconsciente. Las calle anuncia que merece respeto del que uno a veces no tiene. Conjeturas de la ciudad aquella entre otras. La tarde es un palacio con lujos innecesarios e inmensamente pintados por pintores impresionistas en la sierra madre.

Hago cosas que tienen aspecto estético. Uso recursos que guardo, que no tienen la mínima importancia. Jalo dos orificios, con una red tendida en lo que tengo que decir. Cada 20 minutos veo el atril del músico frente al espejo.

La vida es tinta que se mueve de manera oscilatoria. La hice de hierro y la hicieron con este clima. Eso hace que al llegar a la esquina veas que viene un coche. Y comienzas a sospechar que anochece como hace siglos, antes de que inventaran los bulevares y el aire que por ahí por ahí pasa, si pasas. A cada rato cambia el sol en las paredes que sostienen al parque en las miradas. Cambia la luz con su sombra legendaria.

Cambia el árbol a cada segundo, cambia de opinión el árbitro. Y cambia la forma de caminar con la experiencia. Trabo los dientes y es un tipo de líquido que corona mi escencia. Quedo como nuevo por dentro, en lo que no soy, horas adelante del día de hoy. Puedo confiar en las manos como nidos, con dedos peninsulares y alargados.

Controlo el dibujo y el día sale en el boceto soñado, contiene dos miradas al mismo tiempo en la ventana, como un dato insignificante. Por mientras ya no temo al miedo con sus nombres insalvables. Y no temo a la represión en el cuarto menguante de la esquina.

La noche es caliente y hay zancudos. Hay un intercambio de golpes. Un constante ir y venir por los acontecimientos que vistos así, nunca fueron míos. Sino de otras soledades. HASTA PRONTO.

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS