Ella es…no sé cómo decirlo. Hay veces que no quiero decir la frase que pienso por llanera. Y ella para mí es el universo que los de hoy llaman tóxico. Un elemento contra los psicólogos contemporáneos.
Decir ella, es decir muchas cosas a la vez con los adjetivos que quieras, en contra de la academia y las metáforas. Le escribo sin razón alguna, sin permiso y descaradamente.
A veces la observo y se que está bien así, sin adjetivos. Sus labios dicen palabras que sólo yo escucho. Y voy pasando lista a su rostro. Ella es verdad como el día. Ella es cierta como se respira.
Desde que la vi no ha dejado de llover. Hace años que mis ojos la miran y mis manos la dibujan. Ahí existe en mi poemas. Está totalmente en mis páginas y escribe la más hermosa historia de mi vida. Sobre las casas de la gran ciudad está ella, bajo las construcciones está en la banqueta, viendo la noche. No pienso en la frase que le diría ahora, digo lo que siento como los pájaros. Desde donde estoy se percibe su existencia de tarde, su sonrisa en alabrasto, el cuerpo desde luego en mi mundo.
Desde que sé, ella existe todo el día. La he soñado muchas veces. Y he pensado en ella en lo que subo a los micros. A veces entre la multitud creo verla y busco demaciado tarde donde esconderme, pero no es. Falsa alarma. No quise correr. No sé hasta hoy qué hubiera hecho. Pienso que le hubiera hablado y que ella siendo ella y no la otra imaginaria, me respondiera a qué hora sale, y yo, por qué tan tarde.
Ella es mi abstracción en medio del tráfico y la luz tenue sobre un libro como un campo de cultivo. Un arrozal milenario. Pudiera parecer excesivo, como si me preocupase ahora que la pienso y a la vez la estoy mirando. Así es de libre el libro.
Ella es aroma, tiempo, agua desde temprano, es amor y amparo, es flor confirmo, es locura que escribo. Busco el puente, el pueblo en mi tiempo completo, la busco en mi sed, en mi cuerpo, en un vendaval sin rumbo.
Le escribo tan luego el impulso de mi respiración, cada uno un suspiro, un estremecimiento. Luego todo el renglón se llena con su nombre. Leo desde mis lentes. Y puedo sentir de nuevo el airesillo que exhalo muy cercano a su presencia de tarde casi luna. Y le escribo en su mano, en el hueco de su silencio, le escribo tóxico.
Esto pudiera ser cursi, ojalá lo fuese como hoy, de forma única e inmensa. Amo la cursilería y a veces siento que nací para eso y escribo nocturnos de dolor y del alma perdida. Amo el antiguo y oscuro romanticismo de un verso sin frases, que sean palabras pegadas unas con otras.
Amo cosas como la amo, asomarme atrás de un armario. Después nada. La vida sin ella no es vida, es sonambulismo, estado vegetativo. Sé que puedo negarla ahora, pero no me da gana. Es al contrario.
Le he dicho quien soy. Lo ha leído. No podría explicarme a mi mismo, como no encuentro las palabras que le hagan justicia a su belleza. Esta es mi isla y ella esclava de mis palabras de cierta manera.
Daría la vida en esta parte del relato si pudiera verla a los ojos en este momento.
Estoy esperando que me diga algo. No me conformo con palabras de las que se lleva el viento. Quiero que me diga otra vez que me quiere y que se venga la bola de nieve. Desde ayer estoy en la colonia, porque me dijeron que acá vivía. Paso de uno en uno los semáforos y en automático pienso en ella.
Sobre el tema escriben los poetas cuando caminan y cuando no hacen nada, solo dejan que salga el flujo de palabras, y no encuentran la frase, mientras llega a la colonia donde ella vive.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA