La anexión de Texas por Estados Unidos de Norteamérica en 1845 trajo como consecuencia la declaración de guerra contra México en 1846.
Las victorias de Zachary Taylor cerca de Monterrey y la caída de la capital de México propiciaron la pérdida territorial de nuestra nación.
En el Tratado de paz Guadalupe-Hidalgo de 1848, se declaró como límite el Río Grande (Bravo del Norte), y México recibió $15,000,000 por 529,019 millas de territorio perdido.
Durante la guerra, Mirabeau B. Lamar tomó el mando del pueblo, y negó la petición realizad por los prominentes laredenses Basilio Benavides, José María González, y José María Ramón, quienes pedían que Laredo continuara siendo un pueblo mexicano.
Tamaulipas pierde a Laredo
En febrero de 1848 tras la firma del tratado de paz, el gobierno central se vio obligado a ceder la parte Norte de Tamaulipas hasta el río Nueces y con ello la antigua villa de San Agustín de Laredo quedaba dividida en dos: la cabecera en territorio estadounidense, mientras que sus rancherías al sur del Bravo permanecerían dentro de México.
Al tener noticias de esto, en abril de 1848 los habitantes de Laredo querían saber cuál sería en lo sucesivo su dependencia política, por lo que tres líderes de la villa, José María González, José María Ramón y Basilio Benavides, fueron comisionados para hablar con Mirabeau Lamar, comandante estadounidense de la plaza, y que les aclarara si la población seria reincorporada a nuestro país, pero el ex presidente de la republica de Texas les contestó: “La cuestión es imposible, aunque ustedes puedan creer lo contrario. México ha perdido a Laredo para siempre”.
Tras efectuarse en mayo el canje de ratificaciones del tratado, el gobernador de Tamaulipas, Francisco Vital Fernández, se dirigió el 15 de junio a don Andrés Martínez, último alcalde del Laredo mexicano, dándole a conocer la mala noticia; la cual debió generar el descontento e impotencia de un buen número de la población.
El nacionalismo de los tamaulipecos
Sobre el nacionalismo que se vivía, el historiador neolaredense Juan E. Richer escribiría tiempo después:
“Celebrada la paz, muchos de los moradores del perdido Laredo, no queriendo hacerlo igualmente de su nacionalidad, formando parte de una nación cuya raza, costumbres, idioma y religión eran totalmente diferentes a los suyos, cruzaron el río y se establecieron entre dos pequeños ranchos que existían en el mismo punto donde hoy se encuentra esta villa, denominados uno Monterrey y el otro Saltillo.”
En efecto, la nueva cabecera sería un rancho llamado Nuevo Monterrey, el cual era un asentamiento de jacales donde vivían 118 familias desde antes de la guerra con USA.
Al poco tiempo Vital Fernández autorizó la erección de la nueva villa, donde el 28 de agosto de 1848 se celebraron nuevas elecciones, resultando electo como alcalde don Guadalupe García.
Días antes, el 19 de agosto de 1848, las autoridades mexicanas emitían un decreto en auxilio de los emigrados.
Amparado en el mismo, 13 de mayo de 1849 don Salvador Cuellar, vecino de Laredo, junto con otros mexicanos levantaron una acta en la que exponían que estaban “muy distantes de pasar por el inmenso sacrificio de renunciar a nuestra calidad de mexicanos como sucedería si continuásemos viviendo allí, cuyo punto pertenece a Estados Unidos”.
Cuéllar y los demás vecinos que él representaba, estaban seguros que no les quedaba otro recurso para salvarse de ser extranjeros en su propio país, “o de tener que dispersarnos a mendigar la subsistencia y el pan amargo de la emigración”, que dirigirse al gobernador de Nuevo León y solicitarle por su conducto el establecimiento de una colonia civil en la margen del rio Salado, donde pudieran sacar agua para el cultivo de la tierra.
“[…] al efecto necesitamos veintinueve leguas cuadradas de terreno, cuatro para los ejidos de la villa, y las demás para que agosten nuestros bienes: estos predios permanecen a la hacienda del Carrizal, y solo que la población haya de situarse en el paso de la Laja de abajo, será necesario ocupar parte de los terrenos de la hacienda del Álamo del Estado de Coahuila; queremos, pues, ser nuevoleoneses, para conservar el nombre de mexicanos, ya que la desgracia de la guerra ha querido que perdamos el de ladereños, y que abandonemos el suelo natal donde existen los restos de nuestros mayores; y solo la bondad de la legislación, del gobierno y de los habitantes de este Estado [Nuevo León], pueden suavizar el dolor de tan grande sacrificio, y que nos acompañara a la tumba.”
En abril de 1849 el gobernador neoleonés José María Parás hizo llegar al ministro de Relaciones la solicitud que hacían los vecinos de Laredo para establecerse en la hacienda del Carrizal, propiedad de don Luis Gregorio Mier y Terán, reiterándole las razones de los laredenses: “no perder su nacionalidad, religión, idioma y costumbres”, además de que les serviría a la entidad como protección, pues por ese punto era por donde invadían constantemente las tribus de indios barbaros. Finalmente la villa de Mier y Terán no cuajo, a pesar de que el dueño del predio hizo la donación correspondiente de los terrenos en 1850.
De don Salvador Cuellar nada se sabe, se pierde en la historia, pero es probable que él y sus compañeros se fueran a radicar al Nuevo Laredo.
Esta última villa crecía día a día, en agosto de 1849 se creía que con el establecimiento de otra aduana allí, se lograría disminuir considerablemente el contrabando, pues con la existente en Camargo no se podía contener el delito.
A finales de 1849, quizás con la intención de que se siguiera poblando, el congreso de Tamaulipas exentaba por cinco años del pago de contribuciones a los habitantes de Nuevo Laredo.
Por esos días el inspector general de las colonias de Oriente daba órdenes a la colonia de Nuevo Monterrey para que reclutaran hombres para el ejército en los pueblos que les había designado.
La fundación de la nueva villa fue virtual, ya que no se han encontrado documentos que digan lo contrario.
32Lo que se conocía como rancho “Monterrey-Laredo”, “Monterrey-Saltillo” o “Nuevo Monterrey” termino por ser conocido por el habla popular como “Nuevo Laredo”, a pesar de que durante el porfiriato se le implantó el nombre de Laredo de Tamaulipas.
Los años de la posguerra
Los mexicanos que se quedaron en el viejo Laredo tuvieron que aguantar el acoso y la discriminación de los norteamericanos, tal como informaría en julio de 1848 el comandante militar, J. Pierce; señalando que una partida de soldados voluntarios habían cometido ciertos desmanes en la ahora villa texana y en poblaciones del norte de Nuevo León.
A finales de 1848 y como consecuencia del tratado, el gobierno de la república decretó que algunas aduanas fronterizas establecidas entre 1837 y 1844, cambiaran de lugar, tal es el caso de la de Nacogdoches, la cual se trasladaría al punto de Río Grande y tendría como sitios de vigilancia a Guerrero, rancho Nuevo Monterrey, Monclova y San Vicente.
Los primeros años de la nueva villa debieron ser duros; en mayo de 1850 una epidemia de tosferina, enfermedad que afectaba principalmente a los niños, causó estragos horrorosos en Nuevo Laredo. Tal era la fuerza, que ni los facultativos podían combatir esa enfermedad.
Durante la Guerra Civil de Estados Unidos, Laredo fue un punto de traslado en la ruta de algodón de la Confederación.
El 18 de marzo de 1864, el comandante Alfred Holt envió a 200 hombres del ejército de la Unión desde Brownsville a destruir 5,000 pacas de algodón apiladas en la Plaza San Agustín.
El Coronel Santos Benavides, quien se encontraba enfermo, dejó la cama, y con 42 hombres, rechazó en tres ocasiones los ataques del ejército de la Unión en el Arroyo Zacate. Este acontecimiento llegó a ser conocido como la Batalla de Laredo.
El Campamento Crawford, parte de un sistema de fuertes americanos a lo largo del Río Grande, se estableció el 3 de marzo de 1849.
Se le nombró Fuerte McIntosh en memoria del Coronel James S. McIntosh, quien murió en la Guerra Mexicana en la batalla de Molino del Rey.
La fortaleza brindó protección a los habitantes en contra de los indios y de Juan Cortina, un insurgente mexicano. El fuerte, abandonado durante la Guerra Civil, volvió a operar y permaneció en uso hasta 1946.
Ni a sus muertos dejaron en EEUU
En esta ciudad existe una de las tradiciones más significativas que contribuye a forjar la identidad de los habitantes de la frontera norte mexicana.
Se trata de una tradici6n histórica que asegura que, al perder México la pequeña población de Laredo, muchos de los laredenses la abandonaron.
Según la tradici6n, la población de Laredo fue abandonada por sus habitantes porque no se resignaron a pertenecer a una nueva nación y decidieron emigrar a la margen
derecha del Rio Bravo y fundar otro asentamiento que bautizaron con el nombre de Nuevo Laredo, en recuerdo de la población perdida.
Además, la tradición asegura que, no contentos con trasladarse ellos mismos al lado mexicano, también desenterraron a sus muertos, cruzaron sus restos y los reinhumaron en Nuevo Laredo con el fin de que no yacieran en territorio extranjero.
POR Marvin Huerta Márquez