Luego de la promulgación de la constitución centralista de 1835, la guerra de Texas fue inminente y el 2 de octubre de 1835 sus colonos le declararon la guerra a México.
Por esa situación, en Tamaulipas se formaron Compañías Cívicas en sus tres Distritos y en diversos Partidos.
Una vez integradas, fueron movilizadas a la frontera.
Los milicianos tamaulipecos se acantonaron en Matamoros.
Por ser muchos de ellos reclutados de leva, indisciplinados y presidiarios, pronto los oficiales al mando tendrían que lidiar con ello.
Por notas periodísticas de la época, se sabe que la noche del 15 de octubre de 1835, días después de la declaración de guerra, en la cárcel municipal en dicha ciudad, un soldado del batallón permanente de Abasolo de nombre Luis Rodríguez, mató al cabo Agustín Izaguirre e hirió a los soldados Ignacio Borrego, Antonio Díaz y Prudencio Segura, pertenecientes todos ellos a la Milicia Cívica de Santa Bárbara.
Sobre el destino de este abasolense, se sabe que un consejo de guerra lo condenó a la pena capital, pero se le volvió a juzgar condenándolo a 8 años de prisión, purgando su condena en Tampico.
Tamaulipecos en el frente de batalla
Luego de la victoria tejana en la batalla de Goliad, el comandante tejano Philip Dimmitt ordenó capturar el Fuerte de Lipantitlán, Tamaulipas, a las orillas del río Nueces, para así evitar que pudiera servir de base al ejército mexicano. Nicolás Rodríguez comandante del Fuerte, había recibido órdenes de acosar a las tropas tejanas y en una de sus expediciones, fueron sorprendidos los que se habían quedado, cayendo la población el 4 de noviembre.
A los soldados tamaulipecos heridos, se les permitió buscar atención médica en San Patricio, población fronteriza con Texas, y el resto se retiraron a Matamoros. A partir de ese momento, los sublevados tuvieron control total de la costa del Golfo, lo que significó que las tropas mexicanas en San Antonio solo podrían recibir refuerzos y provisiones desde tierra adentro.
Tras la derrota de San Jacinto ocurrida el 21 de abril de 1836, la firma de los tratados de paz de Velasco el 14 de mayo de 1836, y la retirada de las tropas mexicanas, hicieron definitiva la pérdida de esa provincia. Pese a ello, durante los años siguientes, México consideró a la república de facto como sólo una sublevación de una de sus provincias, manteniendo con firmeza su derecho a ese territorio.
Se vivía en nuestro estado un anarquismo
A raíz de la implantación de la república central y los sucesos en Texas, en Tamaulipas se vivía una situación de agitación.
Las élites políticas y económicas del estado encabezadas por Antonio Canales, Juan Nepomuceno Molano y Jesús Cárdenas, fueron perdiendo terreno ante un mayor control de los asuntos locales desde el gobierno central; esto generó motivaciones ideológico-políticas propicias para un estallido local.
Entre 1836 y 1841, México no modificó su actitud a pesar del reconocimiento de la autonomía de Texas por los Estados Unidos y luego por las grandes potencias europeas, ni la realidad que no podía emprender de manera terminante la reconquista, pues el país carecía de recursos para hacerlo.
El territorio entre el río Nueces —lindero histórico de Texas con Tamaulipas— y el río Bravo, fue pronto la manzana de la discordia, pues alegaban que había sido cedido por Santa Anna en los tratados de Velasco, por lo que se convirtió en una “tierra de nadie”. Quien la atravesaba arriesgaba su vida y sus bienes.
Planeaban en Tamaulipas recuperar Texas
El 5 de marzo de 1842, una fuerza mexicana de unos 700 hombres comandada por el general Rafael Vásquez, invadió Texas por primera vez desde la revolución de 1836 y tomó San Antonio.
Las fuerzas tejanas se sorprendieron y después de una escaramuza, no pudieron defender la ciudad y evacuaron hacia Seguín.
Vásquez tomó el control de San Antonio, levantó la bandera mexicana y así declaró las leyes mexicanas en vigencia.
El 7 de marzo los mexicanos evacuaron y fueron perseguidos por el enemigo, cruzando poco después el río Grande.
El 11 de septiembre, el general franco-mexicano Adrián Woll, y futuro gobernador de Tamaulipas, al mando de 1,000 infantes regulares y 500 de caballería también irregulares, tomón San Antonio de Bexar de nueva cuenta, regresando a Tamaulipas poco después, pero esta vez con prisioneros.
Las incursiones de México eran contestadas con incursiones de Texas.
Cada acto de hostilidad originaba represalias. Sin embargo, tanto las acciones de los connacionales como las de los tejanos no consiguieron más que llevar a los dos países a un callejón sin salida; ni el uno ni el otro podían vencerse de una manera definitiva; ninguno tampoco admitía la derrota.
Los tejanos querían el norte de Tamaulipas
El 20 de diciembre, 308 filibusteros que habían ignorado las órdenes de retirarse del río Bravo a González, Texas, se acercaron a Mier y tomaron la población. Ignoraban que una fuerza de 3,000 mexicanos se encontraba en la zona al mando de los generales Francisco Mexia y Pedro de Ampudia. Para el 26 de ese mismo mes, los tejanos se vieron en la necesidad de rendirse. Los 243 prisioneros fueron llevados a la Ciudad de México a través de Matamoros y otros por Monterrey.
El 11 de febrero de 1843, 181 tejanos escaparon, pero a fin de mes, la falta de comida y agua en desierto mexicano provocó que 176 de ellos se rindieran o fueran recapturados en las cercanías de un rancho tamaulipeco de nombre “El Salado”, por las fuerzas del coronel Domingo Huerta.
Huerta dispuso que en una olla se introdujeran 159 frijoles blancos y 17 negros para que los prisioneros sacaran cada quien uno, con los ojos vendados.
Los que sacaron prietos, se les permitió escribir una carta a sus familiares para posteriormente ser pasados por las armas la noche del 25 de marzo de 1843.
Un tal Shepherd sobrevivió al pelotón de ejecución fingiendo estar muerto y escapó, pero fue recapturado y fusilado.
Los sobrevivientes marcharon hacia México y más tarde fueron encarcelados en la prisión de Perote.
El 26 de marzo, Samuel Houston, presidente de la mal llamada republica de Texas y comandante en jefe del ejército y armada, decretó un bloqueo de los puertos mexicanos desde las costas de Tabasco hasta Matamoros, comprendiendo además la boca del rio Bravo y Brazos de Santiago.
Los éxitos militares de ese año causaron gran preocupación entre los texanos.
Presionaron al gobierno norteamericano para que lograse el reconocimiento de su independencia y obligara al vecino mexicano a luchar de acuerdo con las reglas establecidas y aceptadas universalmente por las naciones civilizadas y cristianas.
La separación de ese territorio fue una afrenta
La separación de Texas representaba una afrenta difícil de borrar para los compatriotas de aquella época, por lo que desde 1836 en que Santa Anna firmó los tratados de Velasco, los subsecuentes gobiernos nacionales buscaron sin éxito, la manera de lanzar una ofensiva para recuperar ese territorio.
En ese sentido, a mediados de 1845 el Ministro de la Guerra les mandó una misiva a los gobernadores de Veracruz y Tamaulipas para que en sus respectivos Departamentos organizaran una milicia de Defensores prestos a defender la soberanía.
En todas las villas tamaulipecas se vivía un ambiente de patriotismo propio de los deseos de recuperar esa parte de la nación.
En ese sentido, el 21 de agosto de 1845, el Subprefecto de Santa Bárbara le comunicó al gobernador Victorino T. Canales que el 17 del mismo mes, don Gregorio Hernández, vecino de Morelos le informó que aunque en 1844 ofreció un corto donativo para la campaña que se iba a iniciar sobre los tejanos y aunque ésta no se verificó, estaba dispuesto a cooperar nuevamente en la justa empresa que el gobierno planeaba emprender próximamente.
Todo ello a pesar de que sus haberes en esos días no llegaban ni a doscientos pesos, por lo que sólo podía aportar para la milicia un caballo útil y un peso mensual durante el tiempo que durara la guerra con la república de Texas.
El 4 de septiembre, el gobernador contestaría con regocijo y aceptación desde luego, tan noble patriotismo.
Pese a que desde febrero del 45 los traidores tejanos ya estaban en pláticas con el presidente estadounidense Tyler para su anexión, la campaña de reconquista parecía tomar forma.
El 7 de septiembre de 1845 La Gaceta de Tamaulipas publicaba lo siguiente:
“Tejas… Nada es capaz de retraernos del santo propósito de morir primero que consentir el vilipendio de nuestra idolatrada patria. ¡Levantaos del polvo, héroes esclarecidos, que ilustrasteis con vuestro valor y vuestras virtudes las primeras páginas de la libertad mexicana!”
Finalmente la tan anhelada reconquista no se llevaría a cabo, pues el 13 de octubre de 1845 el Congreso tejano aceptó la anexión y el 29 de diciembre Texas ingresó a la Unión como un Estado más de esa nación.
En los meses siguientes se vivirían días muy complicados para Tamaulipas, pues las ambiciones perversas del nuevo presidente estadounidense, James K. Polk, tenían su mira puesta en la parte Norte de nuestra entidad, o sea, la región localizada entre los ríos Bravo y Nueces, argumentando que era parte del nuevo Estado de la Unión, lo cual estaba muy lejos de ser verdad.
Por Marvin Huerta Márquez