TAMAULIPAS.- La puerta se defiende un poco, pero sede cautelosa. En el barrio los noticieros pronostican un día lluvioso, la calle pasa como quería, con sus personas de traje, muy elegantes por si alguien las viese. Van a una fiesta, a ver al novio, a la novia, a un baile de disfraces dice una señora. Desde hace rato la puerta vuelve a cerrar motivada por el viento.
Una vez adentro les la penumbra de la mesa blancusca, el insomnio de la noche, la voz de al lado que trasgrede una tabla roca. Apagas la luz que encendiste hace rato, esa es toda la luz que hay adentro, rociada en el piso, descubierta en la chapa de la puerta y suelta el línea recta, se encaja en la ropa que traes puesta.
Desde niño has creído ser único. Igorabas que todos éramos, como todos, somos muy parecidos, pero cada uno trae ese lunar particular, sus faros de niebla, sus remos más cerca del agua, sus piedras en la bolsa.
De cierta manera eres único aunque tampoco, si sales afuera, corres el riesgo de que una multitud enardecida y sin cenar te persiga pidiendo tu autógrafo chueco. Conoces personas, las encuentras y a veces las buscas y te escondes de otra. Por lo general estás solo cuando te bajas del micro. No puedes ocupar otro cuerpo que no sea este único, depredador del silencio y del ruido de otros, cómplice absoluto en las más torpes, aventuras sin ser visto, estrella de la comedia y el drama cuando te hablan en lo más alto de un baile de la colonia.
Como todos los días hay cestos vacíos rodando hacia mediodía, un perro tiene horario para pasar y no falta. Elaboro un plan para atacar el centro de la ciudad, evadir el tráfico, las banquetas, las resbaladillas, los columpios, el paso de la muerte. Llegar al otro extremo y volver por donde mismo, sin pena ni gloria, entre aplausos sin rimas y flores sin candidatos.
La calle sigue pasando como una cuerda de reos en moto, un niño gigante los estira con un mecate. La calle pasa más rápido que otros años. En el plano, con tinta señalas el sitio donde está la cafetería, con flechas haces circular el tiempo que no espera, sigues pasando con los últimos reos, corriendo hasta aventar el buffet, se sabrá a puerta cerrada la noticia donde apareces como es costumbre, convertido en un hilo de estambre, en el columpio de un zancudo, en la sombra ligera como una pluma que cabe por debajo de las persianas, cerca de un libro y de un nido de palomas blancas.
La calle pasa a raudales como una motocicleta invisible, como las noches y días consecutivos de sombras y colores brillantes. En un rato se detuvo un poco el instante para ver un recibo de luz en la puerta, adentro no hay quien escuche para anunciarse, desde hace mucho tampoco hay quien pague por escuchar un anuncio.
Afuera hay Covid, traes cubre boca desde que amanece. Crees que puede estar en todas partes y tratas de adivinar en dónde, abajo del sofá no está, donde encontraste cinco pesos. Nadie da valor a ese precio. El Covid pasa con muchos en un gran contingente. El Covid es una ola que cubre las paredes y las hace inútiles, que cabe en los huesos, en el tallo, en el hueco del estómago.
Dices que el encierro nos afectó y comienzas a descubrir las calles descubiertas abajo del chapopote. En la infección la ciudad se vacuna contra la noche, hay colas de esquinas vacunándose contra los choques. La ciudad enciende un foco, una fogata, un serillo con cajita de la serillera la central, con un paisaje de José María Velasco.
Eres único y crees que no tardan en venir por ti los hombres de blanco con tu camisa de fuerza. Y los esperas. Observas el infinito y señalas el sitio exacto de donde vienes. No hay nadie allí. Quizás estén dormidos y tu sueño dure una vida. Buscas una canción que a 20 cuadras a la redonda nada más tu escuchas. No lejos de ahí, en éste mismo texto, pasan los carros atrás de las motos y de las calles, haciendo ruido con sus papalotes elevados.
HASTA PRONTO.