Que no acabe marzo, ni sus estampas moradas, ni el ímpetu del tsunami feminista que arropa a las mujeres a la hora de sus confesiones más íntimas, los secretos mejor guardados salen a la luz con los soles que anteceden a la primavera. Hoy las mujeres siguen levantando su voz y sanando sus heridas.
Así como se le cayó el teatrito al productor de grupos infantiles Luis de Llano, se le cae el telón a Edgar Oceransky, prolífico cantautor de bohemias, que sin vergüenza alguna ha narrado que a sus musas las prefiere menores de edad, porque según él “es mejor ir al bote por una chavita que por un alcoholímetro”.
Con un tiro certero en publicaciones de redes sociales, las feministas lograron que se cancelara la presentación de este trovador mexicano en el Auditorio Nacional, a esta cancelación le siguieron las cancelaciones de por lo menos dos foros más programados de Querétaro y Guadalajara.
Y no, no me da gusto ver a una persona caída en desgracia, menos cuando he cantado sus canciones y presenciado su talento en el escenario, pero si me da esperanza que ejemplos como éste llamen a la conciencia social para que se eviten las conductas antisociales que muchos machos ejercen sobre las mujeres. Es la reafirmación de que hablar sirve, que no contarán más con el silencio de sus víctimas.
Con estos aires de marzo, otra cantante famosa, Margarita se atrevió a confiar un secreto familiar consternando a todo el mundo, no sólo al del espectáculo, sino a toda una sociedad machista que guarda celosamente en la inconciencia los más crueles episodios familiares de abuso sexual y violencia física y emocional contra las infancias, la diosa de la cumbia relató que fue agredida sexualmente por su propio progenitor y que al platicarlo con su hermana resultó que ésta también estuvo sometida a violaciones por parte del padre, quien además abusaba de la madre.
Que doloroso debe ser cargar toda una vida, como hizo Sasha, con este pasado que las afectó y dio otro rumbo a sus vidas, que doloroso para las víctimas no encontrar alivio, sino sumirse en el miedo y la desdicha de creer que afectan a los demás si hablaban a tiempo de los abusos de que son objeto.
Muchas callan o las hacen callar para la comodidad de la familia fraternal, para no romper los lazos consanguíneos o peor aún por el qué dirán, por no poner en entredicho la honorabilidad de la sangre, de la familia que ha mancillado el agresor, que encuentra cómplices y muchas de las veces muere impune.
Que dolor tener que hablarlo, que dolor escribirlo aquí, pero son narrativas que deben exponerse para evitar que se sigan repitiendo, como hasta ahora que se perpetúan para complacencia de los agresores.
Aún le quedan días a marzo, aún no termina la efervescencia feminista, ojalá que no paren las confesiones, no por morbo, sino porque es urgente curar a nuestra sociedad, nadie debe seguir permisivo ante tanta violencia estructural que afecta a niñas, niños y mujeres.
Por Guadalupe Escobedo Conde