El documento Perspectiva de la Economía Mundial publicado por el Fondo Monetario Internacional -FMI-, este mes de abril plantea, en sus dos primeros renglones lo siguiente: “La guerra en Ucrania ha desatado una costosa crisis humanitaria que, sin una rápida y pacifica resolución, puede ser abrumadora.”
Que equivocado estaba porque primero pensé que este documento se sumaba a la avalancha repetitiva de los medios que nos muestran los horrores de la guerra en sus víctimas directas: muertos, heridos, falta de alimentos, agua y medicinas, y millones que lo han perdido todo. Sin embargo, el FMI no se enfoca en que ocurre dentro de Ucrania sino en sus consecuencias externas: una previsible crisis humanitaria global que puede ser mucho peor.
El costo de la guerra dice este organismo, se propagará hasta muy lejos, de hecho, a todo el mundo. La energía y los alimentos suben de precio y las cadenas productivas se dislocan. Los nuevos confinamientos en China empeoran la situación.
Y como cereza de este amargo pastel está la previsible elevación de las tasas de interés por los bancos centrales para combatir la inflación, lo cual impactará la dinámica económica. Una nueva paliza cuando todavía no nos recuperamos de los estragos de la pandemia.
Estos azotes tendrán su impacto más severo en las poblaciones vulnerables de los países pobres cuyos gobiernos enfrentan dificultades financieras y para pagar sus deudas a tasas de interés mayores a las previstas. El FMI pinta una perspectiva terrible pero realista y plantea lo obvio que muy pocos dicen: la mejor y única medida para evitar lo peor es la paz inmediata en la guerra que las grandes potencias libran en suelo ucraniano.
Aunque no bastaría la paz por si sola, hay que hacer mucho más. La paz sería la precondición para permitir la salida de decenas de millones de toneladas de cereales varados en Ucrania y Rusia; además se requerirá reconstruir vías de transporte, el barrido de minas en mar y tierra, y apoyar la próxima siembra de granos en Ucrania y Rusia con financiamiento, maquinaria, agroquímicos, combustible, y el regreso de los trabajadores reclutados como milicianos para que vuelvan a participar en la producción.
Se requerirán esfuerzos internacionales enfocados en cambiar el gasto en armamentos por gastos para la paz en Ucrania, Rusia y el resto del mundo; para acelerar la producción, resolver los problemas de transporte y, en general, enfrentar la amenaza de desabastos estratégicos que podrían provocar la muerte de millones y el sufrimiento de gran parte de la humanidad. Algo peor, insisto, que lo muy malo que ya ocurre en Ucrania.
La guerra fría entre Estados Unidos y Rusia le impone un costo altísimo no solo al pueblo ucraniano sino a una humanidad excesivamente globalizada y, por tanto, muy vulnerable. Urge un dialogo verdaderamente constructivo entre las partes en conflicto, Rusia, Ucrania, Estados Unidos y Europa, que tome en consideración los intereses vitales del resto de la humanidad.
Sin embargo, no se ve un camino hacia lo que propone el FMI; que es una rápida y pacifica resolución. Cuando se le preguntó a la vocera de Biden de que manera los Estados Unidos contribuyen al dialogo para la paz en Ucrania, la respuesta fue que se apoya el dialogo dándole armas a Ucrania para que de esa manera tenga mayor capacidad de negociación.
Es la posición oficial norteamericana; o sea mera continuidad de la negativa a negociar con Rusia un estatus de neutralidad para Ucrania.
Curiosamente Noam Chomsky, un muy prestigiado intelectual, propone que Ucrania sea como México; un país dice, con alta capacidad para determinar su política interna y externa mientras no represente una amenaza a la seguridad de los Estados Unidos.
Los medios nos bombardean no solo con imágenes dolorosas sino con el mensaje de que Rusia está perdiendo la guerra. Putin quería, dicen, conquistar toda Ucrania y no lo logró; quería tomar la capital Kiev, y no pudo; esperaba la rendición del gobierno ucraniano y no ocurrió.
El método es sencillo, le adivinan el pensamiento a Putin para argumentar que fracasó. El mensaje lo resume un reciente artículo del que posiblemente es el más importante periódico norteamericano, el New York Times: ¿Puede Ucrania seguir ganando la guerra?
Un titulo absurdo sino es que risible. De esta manera se convence a la población norteamericana y europea de que no urge la paz dado que occidente va ganando la guerra.
Lo cierto es que Estados Unidos si está obteniendo importantes logros: toda Europa se ha alineado bajo su liderazgo y si se está debilitando la economía rusa.
Tal vez por ello están empeñados en que se siga combatiendo hasta el último ucraniano. Pero hay otras señales.
En la reunión del G-20 de esta semana los representantes de los Estados Unidos, Inglaterra y Canadá se salieron de la reunión cuando habló el representante ruso. Lo verdaderamente sorprendente es que el ministro de finanzas de Indonesia, Sri Muyani Indrawati, que presidia la reunión declaró que esa salida no fue una sorpresa y que no descarriló los objetivos de la reunión. Indonesia insiste en que todos los miembros del G20 están invitados a la próxima reunión de noviembre en Bali. Putin considera la posibilidad de asistir y los buenos de esta película se manifiestan indignados por esa posibilidad.
No parece que lo puedan impedir porque buena parte del G-20 y los países que representan a tres cuartas partes de la humanidad están alarmados por las consecuencias globales del conflicto y su interés es que haya un pronto acuerdo de paz.
Esa es ahora la prioridad del mundo para no seguir en camino a la hambruna.