TAMAULIPAS.- Hace un par de días, en un diálogo abierto para las audiencias, tres mujeres en la radio hablamos sobre el significado del empoderamiento femenino, tres voces, con tres puntos de vista distintos, coincidimos en que esta frasecilla que nos revolotea en la cabeza desde hace más de veinte años se está desvirtuando y alocadamente se les propone a las nuevas generaciones con el galimatías: “yo hago con mi cuerpo lo que quiera” por lo que a más “perreo” y menos ropa deben sentirse más empoderadas, pero no reparan en que, lo que hacen es obedecer el mandato machista de sentirse gustosas por ser objeto sexual.
El empoderamiento de la mujer no se tasa en la sensualidad que refleja. Y no, no reniego de los bailes de esta era, la danza es un elemento básico de socialización de la especie; no me asusta el movimiento de caderas, ni la poca o nula ropa que porten las artistas, pero debemos entender que son eso, parte de la industria del espectáculo, su trabajo esta ceñido al gusto del patrón, el consumidor que es el sistema patriarcal, misógino y machista que descontextualiza cualquier talento, para destacar a cosificación de la mujer.
Organismos y colectivas que trabajan por el verdadero empoderamiento de las mujeres, ofrecen principios básicos para entender el tema: Promover la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos, niveles y poderes, tratar por igual a hombres y mujeres en el trabajo, en el espacio público y en el privado; respetar y defender los derechos humanos de ambos géneros; no discriminar y fomentar la educación sin distingos de sexo, entre otros muchos valores sociales actuales que deben prevalecer para permitir la equidad.
En México, desde hace más de una década, el gobierno reconoce que “es indispensable que las mujeres tengan voz y voto”, que deben participar en igualdad de condiciones en el diálogo y la toma de decisiones, sabe que con mayor autonomía las mujeres tienen más reconocimiento y visibilidad de su aportación social, además, los más altos funcionarios saben que esto implica que ellas participen plenamente en todos los sectores, pero requieren apoyos para lograr sus objetivos. “El acceso de las mujeres a los recursos económicos y financieros y al control sobre ellos es decisivo para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de la mujer y para el crecimiento de nuestro país”, dicen los textos del gobierno en referencia al empoderamiento femenino, son solo dichos, sin hechos, sin estrategia. Por tanto, priva la confusión.
En medio de tanta desinformación, deforman el término que ahora se propaga como reguero de pólvora y se asocia a lo “caliente”, “sexy” o desinhibida que sea la mujer para hacerse viral y desde ahí proclamarse “empoderada”.
En contraste, otro mito que expone a las mujeres sumisas como felices por fregar los platos, ser cuidadoras y tasar su valía en el sostenimiento de una familia tradicional, ofrece otra idea de empoderamiento, pero también es falso. Ni por obligación, ni por gusto el trabajo no remunerado es exclusivo de las mujeres.
El empoderamiento de las mujeres tampoco se da mediante conferencias motivacionales que se ofrecen cada 8 de marzo, con dinero público, y llevándolas de acarreadas para “divertirse” con anécdotas del patriarcado.
Finalmente, para entender este vocablo que impulsa la igualdad de género y el desarrollo sostenible de la sociedad actual, es necesario remontarnos a la Conferencia Mundial de las Mujeres en Beijing, en 1995, donde se comienza a acuñar el término para pugnar por la participación de la mujer en toma de decisiones y su acceso al poder. Empoderamiento de la mujer es ni más ni menos, ofrecer oportunidades a todas, en todos los ámbitos, para su desarrollo integral, en equidad.