TAMAULIPAS.- Juan Antonio nació el día de San Ponciano, y aunque cuando era un niño todo mundo se refería el como Toñito, su abuela nunca dejó de llamarle ‘Pon’.
Y asi mismo lo conocían todos los cuates del barrio y sus amigos de la escuela.
Cuando Pon cumplió 18 años emigró de su ejido de la zona temporalera de Ciudad Mante a la capital tamaulipeca.
Se casó y tuvo tres hijos.
Su vida en Ciudad Victoria siempre estuvo llena de altibajos tanto familiares cómo económicos y laborales.
Después de picar piedra por aquí y por allá en diversos oficios, finalmente Juan Antonio o Pon se estableció como chofer de un microbús en una populosa ruta.
Cuando ya parecía que el equilibrio económico estaba por llegar, la pandemia frenó su microbús y volvieron los tiempos de las vacas flacas.
El confinamiento desapareció el pasaje y tuvo que dejar de trabajar en el volante.
Como muchos otros tamaulipecos, vio como su corto patrimonio se iba diluyendo al paso de los meses.
Su esposa se convirtió por algún tiempo en la única proveedora del hogar, con su modesto sueldo en una tienda departamental.
Pasado el tiempo más difícil de la contingencia sanitaria, Pon regreso a trabajar en la ruta, pero para entonces se hallaba sumamente endeudado, y sin esperanzas de salir del enorme bache financiero en qué había caído.
Fue entonces qué tomo un segundo empleo cómo repartidor de una refaccionaria.
Por increíble que parezca, era la primera vez después de tantos años, en qué su salario le era dispersado mediante una tarjeta de nómina.
Cada quincena, “Ponciano” acudía religiosamente al cajero automático para retirar la ‘raya’.
Pero la creciente inflación consumía sus ingresos ‘de volada’. Ya no podía comprar lo mismo en el supermercado, aún con sus dos sueldos.
Un día último de mes, Pon acudió al cajero a retirar su dinero, pero en esa ocasión algo sorprendente ocurriría: en lugar de los $3,322 que regularmente encontraba cómo saldo en su cuenta, se topo con la impresionante cantidad de 458 mil, 332 pesotes disponibles.
Ponciano pensó que el cajero estaba descompuesto, y decidió ir a checar a otro que estaba varias calles adelante. Lo mismo: $458,332 mexicanos.
– El corazón se me quería salir compi, me latía bien fuertote, de un momento pensé que estaba soñando, pero no, terminé checando el saldo en 5 cajeros diferentes, y ahí estaba la lanota – contaba Pon al Caminante.
– ¿Y luego qué hiciste? ¿retiraste dinero? – preguntó ansioso el vago reportero.
– Si, pero solo lo de mi raya, 3,332 pesos
– ¿Y le contaste a tu esposa?
– Nombre, no quise hasta saber qué rollo con ese dinero. Me puse a buscar en internet qué pedo cuando alguien te deposita tanta lana, para ver si tendría que regresarla a huevo o me la podía gastar. ¡Pero pero quedé igual! No entendí bien lo que leí.
– ¿Pues que encontraste en internet? – pregunto El Caminante.
– Pues que si el depósito te lo puso el mismo banco por error, el sí te lo puede volver a quitar cómo pasó hace semanas con los depósitos de Bancomer, pero si fue una operación entre dos particulares está muy difícil que te obliguen a regresar el dinero, A menos que lo hagas voluntariamente de buena fe.
Que a según, la persona que depósito mal tiene que notificar a su banco, y el banco se encarga de buscarte, pero si son bancos diferentes la cosa se complica mas, total que el proceso puede ser muy largo y con muy pocas probabilidades de éxito.
– ¡Orale! ¿y que piensas hacer?
– Se me cuecen las habas por gastármelo, ¡imagínate todo lo que podría hacer con 455 000 mil pesos! lo primero sería salir de deudas, en el Coppel, el crédito de nómina y otras chácharas que compre a crédito, ¡me compraria un carro! luego buscaría la manera de poner un negocito, o comprarme mi propio micro – contaba Pon embriagado de emoción.
– ¿Y cuando le piensas decir a Lety?
– No se, mientras no haya una emergencia no pienso tocar ese dinero, ¿que tal si de la noche a la mañana desaparece? ¿o si me lo empiezo a gastar y un día vienen y me lo piden? Tu como mi camarada reportero deberías investigarmelo, ¡pa’ saber a que a tenerme!.
Pon y El Caminante se despidieron, no sin antes acceder a preguntar en el banco sobre esta situación.
La ejecutiva de un banco local confirmó las sospechas de Pon: debido al secreto bancario y a que solamente con una orden de un juez se pueden congelar cuentas, es muy muy difícil que obliguen a un cuentahabiente a regresar el dinero por un depósito erróneamente hecho a su favor.
Pero el camarada aún no ha decidido qué hacer con ese billetón. Esperemos que tanta lana no lo haga perder su buen juicio. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA
EXPRESO – LA RAZÓN