En el callado de la noche, en ese marco con luna, desde antes de que oscurezca te quiero en mi vida Ciudad Victoria.
Afuera el mundo se acaba con el año, el amor es un asunto que camina por un puente contigo. En tus mejillas soy un navío ligero, en el tiempo sin lágrimas, en el río que corre su agua por las banquetas.
Más de lo que cualquiera te pudiera querer te quiero, porque yo soy de otro planeta.
Aquí en la tierra, un poema viéndote a los ojos debe ser como un beso en la esquina, manuscrito, en las raíces de la mano. Pero también el poema pudiera ser un día, dos veces la tarde, o bien, que una noche de luna intensamente luna, el poema pudiese adquirir vida.
Al otro lado de los lagos después del espejo, en las paredes de mis labios, en la escarcha del papel, escribo que te amo. Como delicia de un paso, en un escarceo amoroso de la nieve pensada, te dibujo.
En las cuerdas de un arpa hecha de la luna, por su música escalas, bebida embriagante, licor de alas. Casa de arte muchas veces bonita, como la lluvia vista desde mi ventana. Te amo muchas veces, como el trigo desgranado en el sonido de mis latidos.
Te quiero, como una flauta de harina, hilo de atar, mi ser es un hijo del nudo, soy lo que seas, lo que tú quieras.
Sé que te veré entre la multitud, sabré que eres tú cuando escuche tus canciones. Te amo, y lo dijera aunque estuviera oscuro y no encontrara la garganta, te lo diría a señas, a cuestas, a ciegas.
El aire respira por tus poros y esa parte que en mi es cáscara de árbol, en ti son mariposas. En las construcciones de sonidos, para verte, mi corazón prueba suerte con latidos de semáforos.
Enloquezco despacio, no tengo prisa, tu amor es una cosecha de esponjas y tiras de azúcar; entre cada palabra intercalo besos en lugar de comas, sonidos, melodías de relámpagos felices.
Levántame a verte despertar, abeja de tus ojos, en la ciudad donde se mueven mis huesos, en el torrencial de casas ancladas como barcos. A ver la llanura de los días, los bulevares como orillas de una constelación cuando miras el sol.
Levántame a ver los parques de colores, las pequeñas luminarias como risas delgadas de la noche. Acompáñame a ser el sur de las palabras, el continente que hay luego del continente, a ser el abrazo de todas las veces.
Yo quiero ser quien se asome a las estaciones sin frío en un viaje nocturno, quiero estar contigo cuando cruces el espejo a este lado del mundo.
Te quiero en el borde de mi taza de cafè, te quiero en el taller de sueños viendo el paisaje pequeña ciudad, ciudad bonita y victoriosa que nos miras.
Mis ojos te piensan y el pensamiento va mirando cualquier descuido, en la galería de un ligero ruido tu presencia es capaz de volver loco a mi barrio dormido. Y cada rama se llena de agua y las hojas que llevan prisa van dibujando sonrisas.
Me quiero a tu lado. Con tu sonrisa vas por la calle, en un tren de nubes tus labios llevan flores, penumbras, pequeñas manos de colores.
Escondida en mi sales como la brisa, como palabra, mujer bonita, quiero besarte, mover la calle, cambiarte la tarde.
Soy como un segundero buscandote en el día entero.
Te necesito para distinguir tus ojos del alma, para sacar del espejo mi vida que se ha quedado a vivir en una de tus sonrisas y en otra de tus palabras.
Tu eres mi cerquita, mi casi yo, mi más bonita. Cuando no te encuentro te invento, pues si no existieras, con qué sonrisa me detendría a verme al espejo.
Lo daría todo por ti ahorita mismo.
Antes de llegar al papel y al decir lo que pienso, sin palabras, avanzo lentamente a tu encuentro.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara