Suelo pasar por ahí, por donde se reúne esa banda. Me saludan con mucho respeto, mucho antes que yo a ellos, como para no dejar duda.
De lejos todos quieren ser ese que me saluda. Me traigo ese prestigio. Miran qué ademanes hago, registran mis palabras que causan más efecto.
Las repiten por un tiempo, hasta que me vuelven a ver y me escuchan de nuevo. A veces cuando paso están jugando futbol, pero ante el apremio, el portero que me conoce bien, me saluda a pesar de todo, alza la mano, en medio de una trufulca futbolera.
Pudo caer el primer gol, pero no importa. Antes, no hace muchos años, mientras pasaba por ahí, todavía quedaba uno que otro que se me ponía al brinco.
Antes de ese antes, solía pasar por ahí para ver cómo se partían la madre entre ellos, si más no recuerdo, un grupo de 15 cabrones. Pero más atrás, al principio, en el predominio de la especie que por acá dejó herencia, fue la generación de nosotros la que se impuso.
Y eso lo vengo recordando aquí en este sitio donde hace rato me saludaron con mucho respeto, pero en el que ahora también como siempre, viene mi contrincante que acelera el paso. Viene recio.
Yo quería que la realidad fuese otra y que el sujeto vinera despacio como pensando en dar este para mi tan singnificativo momento en que el sujeto comienza a emplear su estrategia callejera o de las artes marciales. Con sus catas y toda su cosa.
He perdido muchas veces como esas a los trancazos. Eso sí, tengo el alto honor de nunca haberme rajado, al menos no a rajatabla, que digamos.
Correr, no es simpre haberse rajado, a veces sólo es replegarse. En algunos díarios comentarían el suceso intrascendente en que un miserable sujeto fue brutalemente golpeado por resistirse a un asalto.
Y es todo. Punto final, me estaría muriendo en el hospital. Todo eso pienso mientras mi enemigo se acerca vertiginosamente, como en un vuelco de segundos que se precipitan y estallan en la sangre y se acelera el pulso para tranquilizarla demasiado tarde.
Comienza a oscurecer y observo cómo algunos coches circulan con las luces encendidas. Al fondo hay un revuelo de palomas y cuando veo de nuevo el frente de la calle, el fondo finito de la banqueta, veo el rostro del sujeto. La banda ya se dio cuenta cuál es la situación y guarda otro muy respetuoso momento para ver sin perder detalle el desarrollo de las hostilidades.
Y yo mismo quisiera ver ese momento, desde otra parte. Me pregunto qué se sentirá ser ese que me ve con lástima. Pero soy quien va de frente y muy seguro de si mismo.
A un costado va mi sombra imborrable de las cuatro de la tarde. Es imposible correr y olvidarse para siempre de esta historia triste. En unos cuantos segundos sentiré el primer puñetazo a mano cerrada en determinada parte de mi cara. Los que me saludaron con mucho respeto detienen el partido.
Uno de ellos recoge el balón con las manos. El vato que viene a cierta distancia cree poder medir mi mirada que mide la suya a dos metros, frente a frente. Un nudo se desata del ambiente y se escuha el ruido de los coches, el crujido del tiempo en manos de la noche, el sujeto casi frente a mi, saca el arma de los ojos fijos y siendo yo rápido también contesto.
El hombre aquél da el primer golpe y caigo al suelo, yo, el único que pudo haber escrito esto. Desde el suelo veo a la banda todavía en su mudo respeto. Un gordo que ahora tiene barba era grafitero. Otro de ellos andaba con el “Corre”, pero de eso hace chingos de años.
Y todo eso, hasta que me levanto y lo recuerdo todo:.. quién soy… cómo me llamo.
HASTA PRONTO