Voy en el tren donde soy el único pasajero. He dado vueltas al lugar donde descanso buscando el destino. Busco algo que ignoro, seguramente algo inapropiado.
No he dormido para evitar sorpresas que pudieran ser buenas, sino para controlar los desaguizados del trasteo y mi turbulencia. La vía es oscura en el fondo, siento los rieles en el estómago que me hacen pensar en la vía alterna.
El silbato imponente de la vieja locomotora controla mi somnolencia. Debo seguir despierto si deseo ver a quien llega. Nada aún. Sólo el silencio repentino cuando misteriosamente el tren detiene su marcha en medio del desierto.
En el ferrocarril que viene en sentido contrario veo todo lo que quise, han sido diversas cosas, objetos, acaso sueños que he olvidado. Son recuerdos.
En este mismo tren viajé un día de polizonte, he bajado en estaciones lacustres y caminado entre el monte. Pagué lo justo cuando el dinero fue lo de menos y creo que lo sigue siendo, pero en este tren vetusto y aturdido deberían pagarle a uno.
En Londres ha de haber mujeres y hombres transitando bajo la lluvia. En las baldosas resbalará sin embargo este mismo tiempo y se trasladará al recuerdo sonámbulo.
Pienso en el día que viene, pienso en los barcos, pienso en ella como pienso en todo. Ojalá alguien, no sé quién, me espere con flores en la próxima estación del otoño. Soy así de fácil, podría dar un salto de la cama y ponerme a trabajar pero me vence el sueño, sostengo la injusta resistencia inmaterial que teje una enramada en el techo.
Antes el tren iba por un vaso de agua, se detenía en las ventanas y salía por la puerta corrediza. Hacía unos huevos estrellados y almorzaba entre los vagones repletos de malvivientes. Pienso en eso.
Acepto que el insomnio me mueve el piso y como un terremoto orada mis habitaciones interiores. A veces es de provecho. Siempre creo poder sacar ventaja de las desavenencias aún cuando duelen y sean en extremo nefastas. Este tren no pasa dos veces por los mismos lugares.
¿De dónde habrán salido estas frases? ¿De cuál profundidad de soneto? No entiendo. Parpadeo y noto la oscuridad de los bordes, me observan los objetos. El tren sigue su marcha y yo atento, cada quien cumple lo dicho. Estoy dado vueltas de nuevo en medio del delirio.
Dormir no es mezclarme con los ancestros Neanderthales, pero es un sueño y puede ocurrir en cualquier momento, como en la vida misma, en alerta puedo cruzarme con ellos en cualquier calle y saludarlos.
El paisaje es como un cuadro en la pared en el cuarto de mi hogar a miles de kilómetros de distancia. Están ahí los árboles y el perro, el gato asomado e inquieto. Me he alejado de la realidad entre la alerta y el sueño. Soy el niño que aún observa el cuadro junto a un calendario.
El brillo del hogar se quebranta y rueda precipitado al vacío del futuro, al hueco del momento. Porque ahora calzo la noche, el murmullo viajero en el sismo del mundo. Estoy despierto, es cierto, puedo ver la luz que trasmina los párpados entrecerrados.
En los pasillos de la memoria el tren antiguo como mi nombre lleva los ojos a los atardeceres, al vértigo de horas que atraviesan la ciudad sin contemplaciones.
Es un insomnio espeso, me cuesta mucho levantarme del asiento y acomodar el cuerpo. Estoy callado y pienso ¿qué hora será en este tiempo sin relojes, en el indiscreto día que comienza su día? ¡Qué intenso será ver de nuevo el sol!
Quiero dormir en la orilla limpia de una mañana sobre la alfombra del pasto del río de mi pueblo, quiero que este insomnio no sea un sueño como muchos y despertar justo a la hora de quedar por completo dormido.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA