Sobre la mesa donde espera un plato con lentejas y un vaso de agua, dormida está una sonrisa. En la somnolencia una mano mueve lenta la primera caricia de quien se levanta a esta hora.
La habitación empleó fórmica para su construcción y varias manos apresuradas que hablaban en secreto del patrón. Uno de tantos colocó el bajo voltaje por el cual hoy enciende la lámpara del cuarto.
En la fresca medida con que se observan por primera vez las cosas, has de saber que te vi por la mañana, yo saliendo de mi, buscando un apretón de manos, una palabra, un beso tierno, de esos que no he olvidado. No es un milagro- puedo confirmarlo ante la autoridad que así lo pregunte- tu pelo largo deslizándose por tu espalda, por tu hombro rápidamente, con comedimiento para observale.
El día exige sin embargo más vistas al jardín, oler el perfume de las rosas imaginarias en tus labios, caminar por el prado tranquilo de tus palabras, ser uno de esos inmortales que pueden observarte sin que los mires.
El tiempo se fue como el viento, lleva objetos que después serán el inventario del olvido. Pero sigues ahí sentada. En el tendido de la mesa hay varias despedidas y reencuentros tejidos a mano que heredé a estas palabras. Parece ser que sigo ahí en el librito de tu pensamiento, en hojas que se dirigen a mi en la hojarasca de la Plaza ¿Recuerdas?
Todavía llevo tus instrucciones para la espera, los chocolates y la flor guardada en Ia mochila aquella. Conservo la bicicleta, el ritmo de bajada, el último aliento antes de llegar a la cima, concervo los moretones en la espinilla. No he borrado nada, habrá señales cuando hagan falta.
Esta es la verdadera compañía en la lámpara que debiendo ser oscura hace el día. Frente al laberinto de los hechos, en el ajetreo diario nada importa.
La vida no es importante como el aire, como el suelo que sostiene los muebles. Puedo dibujarte un croquis para que encuentres mis brazos en centímetros de la memoria fugaz.
Describirte el muelle de aquella vez junto al mercado en el puerto de Tampico, en el agua picada por las barcas.
Sueles estar ahí en la nostalgia del alumbrado público de aquellas noches y en la banca, como hoy, aquí en Ia mesa, sentada junto a mi.
Quiero lo sepas. Me persigues de reojo mientras me escabullo, fui a buscar el cepillo de dientes y el dentífrico, para que creas en la existencia de esas cosas. Me gustaría leerte un poco. Sólo un párrafo donde el autor se desvanece y ya no desea seguir insistiendo.
Elevado de rango, frente a tu rostro, frente a la copa profunda de tus labios bebo estas sílabas. En el paisaje de esta carta rota me asomo a la mesa donde conservas el porte halagador de mi existencia.
¿Quién soy? ¿Dónde me has visto a mi, en el recuerdo del hambre que llevaba de tus manos, en el carrito del super, en el día artificial que hicimos de la noche?
Como corresponde vengo con mi pantalón azul de mezclilla, mi camiseta polo, mi palabra firmada sobre la biblia, con la biblioteca a cuestas de toda una vida. Con Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan Rulfo, Kafka, Patrick Suskin, Milán Cundera, Dostoyevski, Joyce, Whitman, Charles Williams, mis favoritos en la fiesta.
Me he dispersado por la habitación en un descuido de tu parte. Quizás lo habrás notado sin dar importancia. Te escribo en el día que se va, sobre la mesa donde aparece hoy un gato. Seríamos tres. Tal vez más, y más libros, menos palabras. Nada puedo saber hoy de aquello.
Lo más dulce es tu sonrisa que se acerca, el camino tardío, la luz verde del semáforo de la ciudad, las dos de la tarde, la cita puntual de tu recuerdo, mientras apuro el grato sabor de las lentejas y no estás.
HASTA PRONTO