5 diciembre, 2025

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Eran los 60s y no había grabadoras

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

El edificio de la antigua escuela industrial en Ciudad Victoria tiene el misterio, la magia que solo el tiempo da. Es cuando pasas por ahí, repegado a sus enormes paredes, que todavía sientes el respirar de aquellos días. El resuello metido al cerebro de la ciudad en este edificio emblemático.

Fue en 1928 cuando se concluyó esta escuela. Debió ser aún más inmensa en aquel tiempo. Ahí llegaban chamacos hasta de 16 años a inscribirse, tal vez más grandes por la flexibilidad del programa educativo. Se graduaban en oficios como carpintería, fundición, soldadura y forja, mecánica automotriz.

El régimen militar visto a los lejos con sus uniformes caqui y su boina roja, al marchar daban ese momento mágico. Ciertamente esta escuela gozó de prestigio durante todo el tiempo de su existencia, incluyendo los últimos años como secundaria, por su sabia virtud de manejar la disciplina.

Hasta no hace mucho tiempo dicho edificio fue también escuela del ITACE, lo cual no lo alejaba de su pasado. Al cabo es hoy una oficina del Municipio de Ciudad. Hay programas asistenciales y oficinas administrativas.

Hay galerones que fueron talleres durante la guerra de avionazos de parte de los chiquillos de la secundaria bajo la dirección de don Jesús Ramírez. Fue en los días, como escuela secundaria, cuando el edificio adquirió a casa llena su mayor esplendor.

Eran clásicos los maestros Cecilio Becerra y el profesor Federico Mendivil de Inglés. Verdaderas celebridades: en biología la Doctora Lavín Paz; en español, la maestra Ludivina Benavides Peña. Había un laboratorio bastante exótico para los chamacos de segundo. Muy a la Luis Pesteur con sus mechero de bunsen de gas.

Si, fue de 1960 al 2000 la escuela secundaria técnica, industrial y comercial N° 30 como se le llamó en un principio, y luego, Escuela secundaria técnica industrial número 30. Y finalmente la hoy aledaña a este edificio, Escuela secundaria Técnica Número 1. Había gente mayor de edad allá por los 60, de 18 y 20 años. Fue en los 70s cuando se restringió la edad.

En peso específico la escuela soportaba una excelente banda de guerra. Muy competitiva. Los logros deportivos se multiplicaron a los comienzos de su historia, valores de los muchachos que deseaban destacar desde un barrio bajo.

Había jóvenes provenientes de la Horacio Terán, la Pedro Sosa. Llegaban a pie, más temprano que otros. Había alumnos de la colonia Mainero y de la Obrera del barrio del «Pitayal».

Un recorrido por los camellones centrales que se extienden en amplias explanadas te llevan en esos enormes barcos que son las viejas edificaciones así dispuestas. Como en plan de ataque.

Si te asomas al tiempo, en la parte trasera del primer último edificio, encuentras una cafetería. Dicen que siempre ha estado ahí para ver llover.

Más al norte enfrentas al edificio de 4 plantas, típico de la arquitectura alemana de la posguerra, muy semejante al edificio “Baushaus”, cuyas características predominaron durante el racionalismo alemán, es esta forma sencilla y utilitaria con una gran base. Cabían ocho grupos en hilera y en medio sobresalía el caracol de la escalera.

Los talleres eran amplios galerones a dos aguas. Adentro se originaban verdaderos Nostradamus de la inteligencia, seres que sacaban un hacha de un pedazo de fierro, niños muy pobres que vendían figuras de aluminio.

Eran los 60 y no había grabadoras, un maestro hizo una bolita de gente en su alrededor, porque llevó un toca cinta con dos enormes carretes desde donde se podían escuchar las canciones de Roberto Jordán.

HASTA PRONTO

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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