CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- A los 17 años, durante mi último semestre de la licenciatura en biología, participé en un par de proyectos de divulgación sobre los anfibios de Tamaulipas. Mi misión era simple: encontrar la mayor cantidad de especies posible, y fotografiarlas.
Tengo recuerdos muy bonitos de aquellas expediciones nocturnas por los bosques, selvas y semidesiertos del estado, persiguiendo ranas y sapos de atardecer a amanecer, finalmente admitiéndome que incluso si no tuviera que hacerlo, lo haría. Pero tal vez el pináculo de euforia entre toda esa temporada de lluvia ocurrió en una expedición a la zona selvática del municipio de Llera.
Verán, había dos especies de anfibios que yo tenía muy, muy en la mira, solamente porque se me hacían muy chidas. Por meses estuve prácticamente obsesionado con ellas, muerto de ganas por encontrar un ejemplar de cada una en estado silvestre. La primera – y de la cual les contaré en una edición futura – era el sapo borracho (Rhinophrynus dorsalis), un rarísimo animal pasa todo su tiempo enterrado y sólo puede ser avistado un par de noches por año: las primeras madrugadas de lluvia intensa tras la temporada de sequía.
La segunda es el sujeto del presente artículo, y su nombre es rana arborícola vermiculada (Trachycephalus vermiculatus). Recuerdo que mi profesor de herpetología, a quien le admiro su compromiso con la objetividad al realizar afirmaciones, consideró apropiado hacer una excepción al referirse a ella como “la mejor rana de Tamaulipas”, así nomás, con bastante seguridad de que su postura ni siquiera necesitaba argumentación.
Espero convencerlos de que mi profesor estaba en lo correcto.
Si observan esta rana, notarán que su piel es muy marcadamente granular, con un patrón irregular trazado sobre tonos amarillentos, marrones y anaranjados. Sus dorados ojos de cruz le dan una apariencia aún más surrealista, complementada por la tóxica sustancia lechosa que la cubre casi por completo (por cierto, no les recomiendo tallarse los ojos incluso una hora tras sostener este anfibio). Toda esta rarísima morfología, que la hace parecer una obra de arte psicodélica, la vuelve un hallazgo extraordinario para cualquier herpetólogo del norte de México.
Ahí va la cosa: son muy difíciles de ver en Tamaulipas. Habitan únicamente en zonas húmedas al sur del estado, y casi todas sus poblaciones están en la Reserva El Cielo. En mi investigación bibliográfica amateur, sin embargo, me topé con un registro en el municipio de Llera – por lo que, cuando me enteré que haríamos una excursión allá, de inmediato ubiqué mi objetivo.
Creo que fue durante la segunda noche. Me aparté del resto del grupo, quienes estaban descansando tras varias horas de caminata diurna, y comencé a adentrarme en la selva baja con una linterna en la cabeza. Ahora, al interior de dicha cabeza, solamente se proyectaban imágenes de aquella rana con ojos de cruz. Recuerdo preguntarme si preferiría encontrar al sapo borracho o a la rana vermiculada en esa expedición. Tras unos segundos, me respondí que a la rana, ya que de cualquier forma conocía un sitio donde era 100% seguro que podría ver al sapo en la temporada correcta – mientras que la rana era un hallazgo complicado en cualquier sitio y en cualquier temporada. Les juro que no terminé de formular mi respuesta mental cuando vi algo saltar de una rama a otra frente a mí. Mi instinto fue extremadamente tonto: me orilló a poner la mano derecha sobre un animal que no había identificado, ni a dos segundos de haberlo visto como una mancha borrosa en movimiento. Tuve suerte, y en lugar de una mordida o punzada venenosa, sentí la inconfundible piel de una rana arborícola. Pero eso no era suficiente para emocionarme; en la región abunda la rana arborícola mexicana (Smilisca baudinii), a la que había fotografiado incontables veces. Bien podía ser esa. A final de cuentas, al escuchar galopeo debes pensar en caballos, no en cebras. Entonces, lentamente acerqué mi mano a la linterna, y entre mis dedos se asomó un hermoso, precioso, vívidamente dorado y finamente ornamentado, ojo de cruz.
A continuación, solté un grito de emoción y corrí por la selva con una rana en la mano y una enorme sonrisa en el rostro, dirigiéndome a mis compañeros para presumirles que por fin, por fin se había hecho ver. Le hice la tan anticipada sesión de fotos, y como siempre, la dejé en donde la encontré. Qué ganas de ver otra.
Por. Marco Zozaya
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