CD. VICTORIA, TAM.- José Guadalupe trabajó muchos años como repartidor de frituras. Desde muy joven, siempre se mostró muy orgulloso de la marca que representaba con su impecable uniforme de tonos amarillos.
A bordo de su panel recorría cada miscelánea, papelería y estanquillo de su ruta, invariablemente con una sonrisa.
Pero toda esa felicidad y actitud positiva se fue abajo cuando por causa de la pandemia le tocó ser parte de un recorte de personal.
Tras ser despedido, Lupe cayó un tiempo en depresión, pero inmediatamente después reaccionó y empezó a idear la manera de salir adelante.
Con el dinero de su liquidación acondicionó su cochera para usarla como ‘tiendita’ de refrescos y botanas, y poco a poco fue añadiendo más artículos y productos.
Sin embargo, la tragedia tocaría a su puerta, con la muerte de su esposa por complicaciones de Covid-19. Tanto él, como su único hijo quedarían devastados por la pérdida.
Paradójicamente su pequeño negocio iba prosperando día a día, y haciéndose mas concurrido en aquella vieja colonia de la periferia.
Lupe se tornó callado y pensativo. De vez en cuando vivía disparos de buen humor cuando sus ex compañeros pasaban a surtirle frituras.
La vida para Lupe, que estaba próximo a cumplir 40 años, se volvía silenciosa atrás del mostrador, pero un suceso cambiaría radicalmente su monotonía. Una numerosa familia llegaría a rentar una casa cercana y entre sus integrantes había varias adolescentes, incluyendo un par de mellizas.
Continuamente se podía ver al ramillete de jovencitas ir y venir por esa calle de tierra, para acudir a la miscelánea de Lupe.
Una de las muchachitas, “la cuata güera) de 16 años de edad, solía saludar con especial esmero a Lupillo. El hombre se ponía muy nervioso pues para empezar siempre fue muy distante con las damas: por muy sociables que fueran sus clientas siempre mantenía una prudente distancia, y especialmente si se trataba de menores de edad.
El detalle era que …la güerita no se iba. Cada que acudía a la tienda se quedaba unos minutos mas sacándole conversación a Lupe.
Esto lo ponía muy nervioso no solo por el interés de la bella jovencita, pues le preocupaba mucho que por su condición de viudo diera una imagen equivocada.
Por muy cortante que trataba de ser, la adolescente seguía ‘echando la concha’. “Esa güerca te va a meter en un pedo compadre, mas te vale que le pongas un ‘hasta aquí’ a esa situación” le dijo una vez su ex compañero de reparto Filiberto, al notar la insistencia de la muchachita por crear amistad.
Lupe siguió manteniendo una prudente distancia, y de pronto sin mas ni mas, un dia la güerita dejó de ir al estanquillo. Semanas después regresó, pero esta vez tomada de la mano de un joven.
El hombre pensó que por fin se había librado de esa incómoda situación. No fue así. Cada vez que la güerita y su galán llegaban a comprar, la menor aprovechaba para conversar sonriente aún frente a su aparente noviecillo.
Un dia, lo que tanto temía sucedió. Llegó el novio de la muchacha con una actitud retadora, reclamando groseramente a Lupe, y tachándolo de pervertido.
Cuando pensó que la bronca no podía empeorar, apareció la mamá de la menor ‘echando espuma por la boca’ (además de un florido lenguaje ‘de carretonero’).
Los vecinos al escuchar el escándalo salieron a ver qué pasaba. El muchachito se puso violento y tiró un exhibidor de Sabritas y otro de galletas, a lo que Lupe respondió haciéndole frente.
En ese instante llegó la güerita llorando y con un golpe marcado en la mejilla (nunca se supo si se lo dió su mamá o su novio).
Total, que se armó un ‘San Quintín ‘que hasta una patrulla de la estatal arribó para poner orden, asi como una camioneta de la Fiscalía, de esas que investigan agresiones a mujeres y menores de edad.
Por mas que Lupe explicó que nada tuvo que ver con la situación, los presentes lo culparon del relajo en medio de gritos y mentadas de madre.
Los uniformados tras investigar no hallaron delito que perseguir y se retiraron, dispersando a todos incluyendo a la multitud de curiosos que se acercaron a ‘chonear’.
A partir de ahí, los vecinos dejaron de acudir a su estanquillo. De ‘ojo alegre’, ‘rabo verde’ y ‘viejo cochino’ no lo bajaban y poco a poco su negocio fue decayendo.
“Tuve que cerrar y me cambié de colonia, ahora si que sin deberla ni temerla terminé yo pagando los platos rotos” cuenta Lupe al Caminante.
La pregunta que aquí cabe es ¿quién cometió el error? ¿Lupe? ¿la güerita? ¿los padres, o el violento novio? ¿o a fin de cuentas todos ellos? Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA