Está nublado para las hormigas que andan entre la hierba. El cielo se oscureció y encendí los faros de niebla para circular adentro de mi habitación de carne y hueso. Hace un poco de nostalgia mientras recojo las huellas de mis pisadas e invento otras.
Con el cedimento de este espacio haré mi vida y una guarida con la cobija ligera del clima. Afuera el tiempo nublado sorprendió a los niños concursantes de una rayuela. Para los transeúntes está nublado y ciertos personajes de capa y toldo llevan paraguas por si las moscas.
A la deriva los naufragios navegan entre el sol y la lluvia, atrapados en el transporte urbano. Les he visto hurgar la nariz, asomarse por la ventanilla al mundo donde viven y hacer la señal de parada al chofer que ignora el sueño de la tripulación. Falta un rato para que arriben a los puertos donde los espera otra nube. ¿Quién lo sabe?
En el umbral del día la calle había tejido las historias en Ia neblina, al descubrirse el llano, se recuperó el recuerdo de lo olvidado: un recado, una gestión hecha para ir al mercado, una llamada prometida desde el otro lado de la penumbra, el origen del ruido y un gato agazapado, luego un zapato roto, un pie sonriente casi descalzo.
Las nubes apagaron la luz, anduvimos apagados, no tuvimos más que vernos a los ojos por dentro de una cobija, asomarnos al inframundo tierno y rudo, entusiasta y tímido del silencio.
Desgreñada, el alba debe llevar imágenes de ramas secas a un recuerdo en las viejas paredes que van al ocaso. Algunas hormigas se organizaron para salir a un lado del mar de un charco. Debo ese poema a mi conciencia.
Encima de las nubes ha de estar el sol con el calor, el sudor escurriendo por su carita de emoticons. Ha de estar el Goku de la infancia como todo sayayin criado en la tierra de los niños. Encima de los ojos hubo una lagaña que simuló una nube.
Bajé la escalera de un salto sin decir a nadie, por mero formulismo, estoy abajo de las circunstancias humanas viendo el techo elevado de las hormigas, el intrincado enredo de su existencias, el largo camino que hay de regreso.
Entre las nubes el día se quiebra en dos. Durante el tiempo nublado la guerra y la paz se reúnen durante el almuerzo en los hormigueros, salen al aire impermeables despistados rumbo a una fiesta, por si lloviera. Y no llueve.
La tierra no era así cuando se hizo, no había esta aglomeración de especies mutantes bajo la cúpula de nubes. Antes del sol debió haber fantasmas como en Ia noche, la luna es un refugio de imágenes y conejos saltarines. En el estofado del día la penumbra hace que las sombras muevan mas construcciones mientras la ciudadanía se prepara para la lluvia.
Estoy cantando y es lo mismo si leo bajo una nube, aunque no bajo la lluvia que me invita al baile y se dirige a otras cosas, a un café por ejemplo, a unos labios temblorosos en el escondite secreto de las hormigas templarias.
Del piso de ladrillos rojos emerge un vapor caliente. En la víspera del sol la gente se confunde, es duro ignorar si amaneció o es por la tarde. Hay señoras en la cocina preparando los alimentos del mundo. Es justo y necesario saber para caerle a la botana.
Si escampa, las hormigas blancas saldrán a la calle con su capucha roja a recoger el sustento de la semana, saldrán los que extrañaron al sol como todo buen ciudadano. En casa habrá rayos oradando los agujeros lóbregos de las ausencias y estaré ahí para contar la virutas que se transparentan en el espacio iluminado.
Escampa, la bellísima luna se ha alzado sobre la montaña aún de día. Resplandece la luz sobre todas las cosas. Una hormiga tardía celebra el éxito de su constancia, la tarde cae con el precio de su carga. Hemos llegado, con una cámara Nikon tomo la fotografía única en Ia vida de esta última hormiga del día.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA